sábado, 30 de diciembre de 2017
Colores www
sábado, 23 de diciembre de 2017
Generación espontánea de los seres vivos
sábado, 16 de diciembre de 2017
Moléculas
sábado, 9 de diciembre de 2017
Envidiosos y confiados
sábado, 2 de diciembre de 2017
Dimensiones y vacíos atómicos
sábado, 25 de noviembre de 2017
¿Cómo vemos? Pigmentos visuales
sábado, 18 de noviembre de 2017
Capa de ozono
Mario Molina, Frank Sherwood Rowland y Paul J. Crutzen recibieron el Nobel de Química en 1995 por descubrir que algunas moléculas sintéticas que suben a la estratosfera afectan al equilibrio del ozono en esa región atmosférica; efectivamente, los clorofluorocarbonados (CFCs) y los óxidos de nitrógeno destruyen el ozono más rápidamente de lo que se regenera. La disminución de la capa de ozono nos afecta ¡vaya si nos afecta!, pues provoca el aumento de cánceres de piel, cataratas oculares y depresión del sistema inmunitario; y también afecta a la salud de las otras especies.
El ozono que constituye la capa del mismo nombre se encuentra en la estratosfera, a más de veinticinco y menos de cuarenta kilómetros de altura sobre el nivel del mar; y es escaso, sólo hay cinco moléculas, alguna más o menos no importa, por cada millón de moléculas contadas. Se forma cuando los rayos ultravioleta rompen la molécula diatómica de oxígeno al interaccionar con ella; los átomo resultantes se unen a las moléculas diatómicas formando un trío de átomos de oxígeno, que eso viene siendo la molécula de ozono. Posteriormente, el ozono vuelve a convertirse de nuevo en oxígeno. El sagaz lector ya habrá adivinado que ambas reacciones, de destrucción y formación, deben estar en perfecto equilibrio para mantener constante la capa de ozono estratosférico. El interés del proceso radica en que consume la mayor parte de la radiación ultravioleta dañina para la biosfera; el ozono actúa entonces como un filtro que impide el paso de la perjudicial radiación hasta la superficie terrestre; si se agota, aumenta la exposición humana a esos rayos. Se trata de un delicado equilibrio fácilmente perturbable por moléculas que contienen átomos de cloro; pues un único átomo de cloro nada más es capaz de destruir cien mil moléculas de ozono; resulta fácil colegir que pequeñas cantidades de estos compuestos que los humanos arrojamos a la atmósfera descomponen suficiente ozono como para dañar la ozonosfera.
Consciente del peligro, afortunadamente, la humanidad ha tomado medidas que están haciendo efecto. Durante medio siglo, la cantidad de compuestos clorofluorcarbonados presentes en la atmósfera ha aumentado hasta el año 2000; desde entonces disminuye; esperamos que durante este siglo se cierre el agujero de ozono y la ozonosfera recupere sus valores originales. No obstante, no podemos bajar la guardia, porque a principios del siglo actual el agujero de la Antártida todavía era mayor que varias veces el tamaño de Australia.
sábado, 11 de noviembre de 2017
Atún rojo
sábado, 4 de noviembre de 2017
Acidificación de los océanos
Desde el siglo XVIII al siglo XXI la cantidad del gas carbónico en la atmósfera ha aumentado mucho: ha pasado de menos de trescientos ppm (una unidad de medida) a más de cuatrocientos. Un aumento que se debe a actividades humanas como la combustión de combustibles fósiles, a la producción de cemento y a la deforestación. Ahora bien, no todo el dióxido de carbono producido por la humanidad permanece en la atmósfera; se estima que los océanos han absorbido un tercio del gas carbónico excesivo. Esto significa que los océanos se han convertido en un almacén del gas; pero el dióxido de carbono absorbido no permanece inerte, provoca cambios químicos en el aguan marina, concretamente la vuelve más ácida, disminuye su pH. Si comenzábamos a mostrarnos aliviados por la ayuda inesperada que mitiga los efectos climáticos de las emisiones antrópicas, la sonrisa inicial se convierte en mueca porque pequeños cambios de pH causan graves daños ambientales. Muchos organismos son muy susceptibles a la acidez del mar, especialmente los organismos calcáreos necesitan carbonato cálcico para construir sus cubiertas celulares, sus esqueletos y conchas, como los corales, parte del plancton, los equinodermos (erizos y sus parientes), los crustáceos (nécoras y langostinos) y los moluscos (caracoles, mejillones y sus primos hermanos). En condiciones normales el carbonato cálcico es estable; no obstante, a medida que el pH desciende, las estructuras hechas con él se disuelven. Expertos científicos marinos han concluido que, si la tendencia de disminución del pH, debido al aumento de la concentración de dióxido de carbono atmosférico continúa, los corales y parte del plancton, en la segunda mitad de este siglo, tendrán dificultades para mantener sus esqueletos externos, caparazones o conchas de carbonato de calcio. Un dato nos permite apreciar la magnitud del problema. El pH de la superficie del océano ya ha bajado una décima, lo que significa que la acidez ha aumentado un treinta por ciento; a finales de este siglo, al ritmo actual, el pH habrá disminuido tres décimas, lo que significa que la acidez se habrá duplicado.
Quizá el aumento de la acidez no elimine a los organismos, pero afectará a su capacidad de supervivencia: su tasa de crecimiento así como su capacidad reproductiva podrían disminuir, su sistema nervioso podría alterarse y volverlos más susceptibles a los depredadores y a las enfermedades, lo cual podría tener un efecto dominó sobre los ecosistemas. En resumen, la acidificación transformará los océanos, mermando su diversidad y productividad.