sábado, 29 de febrero de 2020

Analgésicos



     Sean cuales sean las formas en que se presente el dolor, todas comparten un rasgo en común, quien las sufre, desea que cesen. Para entender, siquiera someramente, el dolor me voy a fijar en los primeros pasos del camino que siguen las señales dolorosas hasta llegar al cerebro y en las moléculas que intervienen en su transmisión; sobra argumentar sobre la utilidad de conocer estos procesos para diseñar analgésicos.
     El dolor suele empezar en la piel o en algún órgano interno; en ambos sitios hay neuronas receptoras del dolor, es decir, neuronas que producen una señal eléctrica cuando reciben un estímulo lesivo. Tales neuronas contienen unas moléculas receptoras que, al unirse con moléculas como la capsaicina de los pimientos picantes (o la nicotina del tabaco o el cinemaldehído de la canela) disparan una señal eléctrica, un impulso nervioso, que se transmite a lo largo de la célula. Estas neuronas se conectan, en la médula espinal, con unas segundas neuronas, que transmiten el mensaje hacia el cerebro; en la conexión las primeras neuronas liberan neurotransmisores (como la sustancia P, el péptido CGRP o el glutamato) que activan las segundas neuronas. Con esta concisa introducción ya podemos identificar diversas formas de suprimir o mitigar el dolor.
     Comencemos en el primer nivel: impedir que se activen las moléculas receptoras de las neuronas receptoras del dolor; los remedios más populares, como la aspirina y el ibuprofeno, inhiben los enzimas celulares capaces de fabricar las prostaglandinas que activan las moléculas receptoras de dolor y se producen cuando se dañan los tejidos; desgraciadamente las prostaglandinas no solo se producen en el lugar del daño, sino en todo el cuerpo y por ello estos analgésicos tienen efectos secundarios. Bloquear la transmisión del impulso nervioso, que conduce la señal del dolor, en la médula, donde se unen las neuronas, también puede ser un recurso efectivo. Así actúan la morfina y los opiáceos: impiden que las neuronas receptoras del dolor liberen los neurotransmisores; desgraciadamente, las moléculas receptoras de la morfina abundan en otras zonas del organismo por lo que los efectos indeseados son múltiples. Otra posibilidad consiste en bloquear las moléculas receptoras de las segundas neuronas, para que no puedan responder a los neurotransmisores; igual que antes, tales receptores existen en otras zonas del cerebro por lo que su bloqueo resulta vitalmente catastrófico.
     Fíjese el sesudo lector que nada hemos dicho aún sobre las zonas del cerebro donde se procesa el dolor.

sábado, 22 de febrero de 2020

Ambientadores



     Al ciudadano lector no le sorprenderá saber que pasamos el noventa por ciento de la vida dentro de espacios cerrados. Espacios que intentamos hacer agradables perfumándolos con ambientadores; sin embargo, la preocupación por sus efectos adversos sobre las personas, especialmente aquellas que sufren asma o alergias, ha impulsado a que algunas autoridades de países, como EEUU y Canadá, fomenten espacios libres de olores en colegios o locales de trabajo.
     El empleo de ambientadores ha sido una práctica humana habitual en el pasado; el incienso -recuérdese el botafumeiro de la Catedral de Santiago de Compostela- es, quizá, el más antiguo, y ¿quién no ha colocado flores aromáticas en su hogar? Su uso no sólo obedece a motivos placenteros, se ha estimado que los comercios pueden aumentar un veinticinco por ciento el volumen de sus negocios, con una buena elección del olor en los locales de venta al público.
     ¿Cuál es la composición de los ambientadores? Contienen fragancias; o sea, compuestos orgánicos que proceden tanto de fuentes naturales como de síntesis químicas, y proporcionan un aroma agradable o enmascaran olores desagradables; pero ¿cuáles y en qué proporción? La Oficina Europea de Uniones de Consumidores (BEUC), publicó un documento en 2005 titulado “Emisiones de químicos por ambientadores. Test sobre setenta y cuatro productos vendidos en Europa”. Halló benzeno, formaldehído, terpenos, estireno, ftalatos y tolueno. Científicos competentes han alegado que el estudio presenta carencias metodológicas: nada más hay que añadir. Ahora bien, el escritor no ha conseguido averiguar la composición de los ambientados y deduce de ello que malamente puede asegurar que son saludables si ignora qué sustancias incorporan al aire. Porque sabe que dos mil quinientos ingredientes se utilizan en los productos de consumo perfumados; también sabe que se ha estudiado la alergia de contacto, pero no otro tipo de alergias o efectos; y no ignora que el benceno y formaldehído son cancerígenos y que los ftalatos son disruptores endocrinos. ¿Alguien ha valorado el riesgo para la salud que corremos al respirar los productos que contiene un ambientador? No. ¿No debería primar el principio de precaución? Demando información pública. Porque pueden producirse desagradables sorpresas como ésta: el limoneno, frecuentemente usado para proporcionar olor, se oxida con el ozono que a menudo hay en el aire, para dar el cancerígeno formaldehído.
     A pesar de nuestras mejores intenciones, el aire limpio de una casa debe oler… a nada. ¿La mejor estrategia contra los olores? No producirlos, en lugar de enmascararlos.

sábado, 15 de febrero de 2020

Micosis de anfibios



     Debatía, con un grupo de amigos, sobre el nombre que designa a los zoólogos que estudian los distintos grupos de animales vertebrados, las aves, los peces, reptiles, mamíferos y anfibios; pronto identificamos los tres primeros, ornitólogos, ictiólogos y herpetólogos, respectivamente; pero debimos recurrir al omnipotente buscador de internet, para descubrir los dos siguientes: mastozoólogos se nombran quienes observan los leones, monos y vacas, en cambio los especialistas en ranas, sapos y salamandras resulta que se llaman igual que los expertos en serpientes. Una vez que llegamos al variado reino animal uno de nosotros, zoólogo de profesión, comentó que un equipo de científicos, encabezado por Ben Scheele, ha demostrado (Science 2019) que una panzootia fúngica está causando una pérdida catastrófica de la biodiversidad de los anfibios.
     El comercio antrópico de animales ha derribado las barreras geográficas, facilitando la propagación de enfermedades que amenazan la biodiversidad de la Tierra. Cierto, virulentas enfermedades de la fauna contribuyen a la sexta extinción biológica masiva de nuestro planeta; una de ellas, la quitridiomicosis causada por dos especies del hongo asiático Batrachochytrium (descubiertas en los años 1998 y 2013), ha causado la muerte masiva de los anfibios en todo el mundo. Si bien los efectos de la micosis han sido mayores en las especies grandes y en los climas húmedos de América y Australia, la mortalidad en masa afecta a los anfibios de los cinco continentes; animales que han habitado el planeta desde hace centenares de millones de años y convivieron con los dinosaurios se encuentran en situación desesperada, pues se enfrentan a una enfermedad infecciosa que los está esquilmando a una velocidad inusitada. Los investigadores han demostrado que, al menos, quinientas una especies de anfibios han disminuido durante el último medio siglo, incluidas noventa extinciones; por si fuera poco, los zoólogos alegan que sólo el doce por ciento muestran signos de recuperación y que existe el riesgo de nuevos brotes en otras áreas. Las cifras son extremadamente elevadas, ya que ninguna otra clase del reino animal afronta un declive semejante: la quitridiomicosis representa la mayor pérdida registrada de biodiversidad atribuible a una enfermedad. ¡Nada menos!
     Ante tal panorama, a nadie extrañará que biólogos de todo el orbe intenten completar los conocimientos que tienen sobre la epidemiología de la enfermedad y busquen soluciones a un problema que afecta a toda la biodiversidad del planeta.

sábado, 8 de febrero de 2020

Disruptores endocrinos



     Obesidad, diabetes, disfunción tiroidea, cáncer, autismo, síndrome de atención e hiperactividad, sabemos que la interacción entre nuestros genes y el ambiente pueden causarnos enfermedades crónicas. Los factores ambientales que afectan a nuestras células son múltiples y abarcan desde la alimentación e infecciones hasta los contaminantes químicos. Algunos de estos últimos vamos a comentar. La opinión sobre las sustancias químicas se halla polarizada entre quienes únicamente ven sus beneficios y quienes las asocian a perjuicios: ambos enfoques son incorrectos. No albergo dudas sobre los enormes beneficios que la química ha aportado al bienestar de la humanidad, no hay más que recordar los medicamentos, los analgésicos o los abonos. Ahora bien, también debemos considerar sus costes, la contaminación, sólo así podremos minimizarla.
     La mayoría de las alrededor de ochenta mil sustancias químicas que en la actualidad existen en el mercado no ha pasado prueba alguna; y sabemos que muchas son tóxicas. Llamamos disruptores endocrinos a los cuatro centenares, ya catalogados, que alteran la función de las hormonas. Todos ellos suponen un grave problema global porque los hallamos en el hogar, en el trabajo, en la comida, en el agua y en el aire, en resumen, porque forman parte de multitud de productos que usamos en la vida diaria.
     Algunos disruptores endocrinos son persistentes y permanecen largo tiempo en el organismo; como se almacenan en las grasas corporales, si éstas se movilizan, cuando adelgazamos o durante el embarazo y la lactancia, se liberan a la sangre. Debido a que se acumulan, su concentración aumenta a medida que ascendemos en la cadena trófica y no debemos olvidar que los humanos ocupamos el final de dicha cadena. Recordaré algunos: las dioxinas, productos secundarios que se forman en numerosos procesos industriales; los retardadores de las llamas, presentes en los plásticos, la ropa y los muebles; los compuestos perfluorados, antiadherentes presentes en los detergentes, en el teflón, en algunos envoltorios y envases; los policlorobifenilos, que contienen muchos equipos eléctricos industriales; y los plaguicidas agrícolas organoclorados y organofosforados. También hay disruptores endocrinos que no son persistentes: los ftalatos, aditivos empleados en los cosméticos, colonias, perfumes y algunos plásticos; y el bisfenol A, que contienen plásticos con los que se hacen latas de conserva, material de oficina, juguetes y garrafas de agua.
     Por último, argumentare que resulta difícil protegerse de ellos pues actúan a muy bajas concentraciones y, por si fuera poco, su efecto no se produce en el momento de la exposición.

sábado, 1 de febrero de 2020

Velutinas y abejeros



     Fenicios, griegos, cartagineses, romanos, visigodos, árabes, los invasores que ha tenido el territorio que ahora llamamos España, encrucijada de dos continentes, han sido múltiples y variados. También ahora la península ibérica sufre invasiones, aunque no de humanos, sino de animales, como el mejillón cebra, la almeja asiática o el visón americano; pero no me voy a referir a mamíferos ni a moluscos foráneos, sino a la avispa asiática, la Vespa velutina, una especie invasora que llegó a Europa en el año 2004, procedente de regiones asiáticas donde el clima es similar al nuestro, y que, por ello, se ha adaptado muy bien al oeste europeo.
     Los apicultores están desolados: tienen motivo. Las avispas asiáticas afectan a la biodiversidad, porque se alimentan, como las demás avispas, de insectos autóctonos (las abejas mielíferas incluidas), causan, entonces, estragos en las explotaciones apícolas, amenazan las colmenas poniendo en peligro la producción de miel, merman, por tanto, el importante papel polinizador de las abejas y, por si fuera poco, perjudican la producción frutícola, ya que una parte importante de su dieta está formada por frutas. En lo que se refiere a su relación con los humanos cabe argumentar que no son más peligrosas que las otras avispas (la composición de su veneno es igual al de las avispas autóctonas), si bien su expansión por las zonas urbanas aumenta el riesgo de las picaduras. Tranquilícese el medroso lector, el calificativo de asesinas que se le da a estas avispas no se debe a que ataquen a las personas, sino a que matan a las abejas para alimentarse de ellas.
     ¿Existe alguna remedio? Las abejas asiáticas, que llevan conviviendo mucho tiempo con las avispas asiáticas, no padecen tanta depredación como las europeas, porque han aprendido a defenderse; las abejas europeas esperemos que, más bien pronto que tarde, hagan lo mismo que sus homólogas asiáticas. Mientras tanto… sabemos que existen plagas de ciervos y jabalíes en algunas regiones españolas, también plagas de gaviotas y palomas. Con éxito se han empleado águilas y halcones contra estas últimas; imbuidos de ese conocimiento, los zoólogos buscan un depredador de la avispa asiática y parece que lo han encontrado en el abejero europeo, un ave rapaz migratoria relativamente escasa en la península ibérica que se alimenta sobre todo de avispas y abejorros; los entomólogos han constatado que esta ave ha incorporado la velutina a su dieta. ¡Bendito sea! ¡Protejámosla!