Sean
cuales sean las formas en que se presente el dolor, todas comparten
un rasgo en común, quien las sufre, desea que cesen. Para entender,
siquiera someramente, el dolor me voy a fijar en los primeros pasos
del camino que siguen las señales dolorosas hasta llegar al cerebro
y en las moléculas que intervienen en su transmisión; sobra
argumentar sobre la utilidad de conocer estos procesos para diseñar
analgésicos.
El
dolor suele empezar en la piel o en algún órgano interno; en ambos
sitios hay neuronas receptoras del dolor, es decir, neuronas que
producen una señal eléctrica cuando reciben un estímulo lesivo.
Tales neuronas contienen unas moléculas receptoras que, al unirse
con moléculas como la capsaicina de los pimientos picantes (o la
nicotina del tabaco o el cinemaldehído de la canela) disparan una
señal eléctrica, un impulso nervioso, que se transmite a lo largo
de la célula. Estas neuronas se conectan, en la médula espinal, con
unas segundas neuronas, que transmiten el mensaje hacia el cerebro;
en la conexión las primeras neuronas liberan neurotransmisores (como
la sustancia P, el péptido CGRP o el glutamato) que activan las
segundas neuronas. Con esta concisa introducción ya podemos
identificar diversas formas de suprimir o mitigar el dolor.
Comencemos
en el primer nivel: impedir que se activen las moléculas receptoras
de las neuronas receptoras del dolor; los remedios más populares,
como la aspirina y el ibuprofeno, inhiben los enzimas celulares
capaces de fabricar las prostaglandinas que activan las moléculas
receptoras de dolor y se producen cuando se dañan los tejidos;
desgraciadamente las prostaglandinas no solo se producen en el lugar
del daño, sino en todo el cuerpo y por ello estos analgésicos
tienen efectos secundarios. Bloquear la transmisión del impulso
nervioso, que conduce la señal del dolor, en la médula, donde se
unen las neuronas, también puede ser un recurso efectivo. Así
actúan la morfina y los opiáceos: impiden que las neuronas
receptoras del dolor liberen los neurotransmisores; desgraciadamente,
las moléculas receptoras de la morfina abundan en otras zonas del
organismo por lo que los efectos indeseados son múltiples. Otra
posibilidad consiste en bloquear las moléculas receptoras de las
segundas neuronas, para que no puedan responder a los
neurotransmisores; igual que antes, tales receptores existen en otras
zonas del cerebro por lo que su bloqueo resulta vitalmente
catastrófico.
Fíjese
el sesudo lector que nada hemos dicho aún sobre las zonas del
cerebro donde se procesa el dolor.