Las olimpiadas modernas se han
convertido en un espectáculo global que todo el mundo puede ver en su
televisor, constituyen uno de los primeros acontecimientos que marcó la llegada
de la globalización; allí observamos los mejores cuerpos humanos del planeta,
los que corren más rápido, los que saltan más alto, los que lanzan más lejos:
cien metros de carrera en menos de diez segundos, saltos de casi nueve metros y
elevaciones del suelo de casi dos metros y medio. El deporte es la máxima
expresión del movimiento, para hacerlo los atletas esculpen su cuerpo con el
primor de un escultor; si admiramos la finura de la carrera de un guepardo, el
veloz salto de una leona o las maravillosas estatuas de Miguel Ángel, cómo no ensalzar
la habilidad de éste, la fortaleza de ése o la rapidez de aquél. Debajo de las
lustrosas pieles de los atletas, poderosos músculos se contraen y extienden;
pero los músculos, que mueven el esqueleto con armonía, no son más que máquinas
biológicas que, como cualquier máquina térmica, necesitan combustible y oxígeno
¿Quién se los proporciona? ¿Qué órganos están detrás de tan bellas apariencias?
Los pulmones, actuando como fuelles, aspiran el aire y con él el oxígeno, y el
corazón, funcionando como una bomba, lo distribuye a cada uno de los músculos.
¿Los atletas tienen ambos órganos
iguales que el resto de los mortales? Cuando hacemos deporte nuestros músculos
demandan más oxígeno: necesitan más sangre. El corazón tiene dos maneras de
atender tal exigencia: latiendo más rápido y bombeando más fluido en cada
contracción; esta segunda posibilidad es el objetivo que persiguen los
deportistas con el entrenamiento, pues el corazón aumenta su tamaño haciendo
ejercicio, como cualquier otro músculo. Añadimos un dato para los aficionados al
deporte: un corazón normal en reposo late entre sesenta y ochenta veces cada
minuto, pero el de los atletas cuarenta, pudiendo llegar a doscientas.
Mientras que el corazón de los
deportistas proporciona unas prestaciones superiores a las de un sujeto normal,
no sucede lo mismo con los pulmones, muy semejantes en tamaño. Aún así, cada
minuto, una persona en reposo introduce doce litros de aire en los pulmones
durante quince inspiraciones; pero un atleta compitiendo multiplica por cuatro
el ritmo de sus inspiraciones y por diez la cantidad de aire que introduce en
sus pulmones.
Concluyo con una reflexión: aunque
valoro el deporte como medio para mantener la salud corporal, me pregunto si su
práctica prolongada a alto nivel resulta sana.