sábado, 26 de septiembre de 2009

El regaliz, la cerveza y el sexo


Charlaba con un amigo historiador sobre las influencias de la meteorología en la guerra: comenzamos con la derrota de Hitler y Napoleón por el general invierno en Rusia; el hilo del discurso nos condujo del fracaso de la invasión de Japón por los mongoles al desastre de la Armada Invencible española, esta calamidad nos ubicó en Irlanda, y ya en ese hermoso país nos acordamos de su famosa cerveza Guinness. Voy a comentar algunas propiedades de uno de sus componentes, un condimento de agradable sabor anisado que posee un poder edulcorante cincuenta veces superior al de la sacarosa. El regaliz (que se extrae de la raíz de la Glycyrrhiza glabra) se usa en confitería para preparar postres, tartas, caramelos y golosinas, se emplea como ingrediente del tabaco de pipa y en comprimidos para eliminar el mal aliento, y también en la elaboración de bebidas, como la mentada cerveza.
En otro lugar expondré las propiedades curativas del regaliz, ahora quiero resaltar sus contraindicaciones. El lector profano debe saber que las acciones del principio activo más importante de esta pequeña planta, la glicirricina, se asemejan a las de las hormonas de la corteza de la glándulas suprarrenales (ubicadas encima de los riñones). Su uso prolongado produce hipertensión, retención del agua, aumento de sodio y pérdida de potasio; por eso es perjudicial durante el embarazo y la lactancia, o en casos de insuficiencia renal o de hipertensión. Sabido esto, al lector comedido no le sorprenderá que se produzcan intoxicaciones con el regaliz. El uso habitual de caramelos, sobre todo de los que refrescan el aliento, el abuso de las gomas de mascar, la ingestión de grandes cantidades de bebidas que lo contengan, o fumar mucho tabaco que incluya este aditivo puede tener desagradables consecuencias.
Dos datos, uno para preocupar a los hombres y otro para prevenir a las mujeres, y una recomendación general nos ayudarán a valorar esta sustancia. En Finlandia, los científicos hallaron que el consumo excesivo de regaliz puede provocar partos prematuros. En Irán, unos investigadores han comprobado que la administración de un gramo y tres décimas de regaliz, durante diez días consecutivos, disminuye la síntesis de la hormona masculina e inhibe el deseo sexual. No puede extrañarnos que, en el año 2004, la Comisión Europea recomendase que la dosis diaria del componente principal no supere los cien miligramos diarios.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Relatividad y cuántica, o cómo reconciliar la misericordia con la justicia

El hombre primitivo mitigaba el desasosiego que le producía la cambiante, multiforme e incomprensible realidad, elaborando mitos; relatos acerca de dioses que le permitían comprender el mundo conociendo la personalidad de los seres que intervenían en los fenómenos naturales; en resumen, el humano proyectaba en las naturaleza sus motivaciones y experiencias. Esta forma arcaica de pensar introdujo orden en el cosmos y proporcionó tranquilidad psicológica a los individuos hasta hace poco más de dos milenios y medio. En aquella época y a orillas del mar Mediterráneo, Tales también se hizo preguntas sobre la naturaleza del universo y sobre las causas de los fenómenos naturales. Sus contestaciones, sin embargo, eran revolucionarias; y no por el significado de sus teorías, la belleza de sus relatos o la validez de sus argumentos, sino porque el único instrumento que usó para elaborarlas fue su razón. Desde aquel lejano momento hasta hoy, el desarrollo de la ciencia física, puede interpretarse como una permanente discusión entre dos escuelas. Por un lado, la tradición del atomismo, que remonta a Demócrito, trata de entender la materia como un conjunto de partículas elementales que su mueven en el espacio vacío; por otro lado, las teorías de campos describen los fenómenos físicos como sucesos continuos en el espacio y en el tiempo, las fuerzas gravitatorias son ejemplos concluyentes. El conflicto resulta inevitable, porque el concepto de espacio continuo es incompatible con el de partícula elemental. El dilema podría resolverse con el descubrimiento de que el espacio (y el tiempo) no es infinitamente divisible, que existe un cuanto, una partícula, fundamental de espacio (y tiempo): esta solución representaría una victoria de las teorías de partículas. A la inversa, un avance en la teoría de campos podría demostrar que las partículas elementales son deformaciones, nudos -o singularidades- del espacio continuo: esta conclusión proporcionaría la victoria a las teorías de campos.
Hoy disponemos de dos técnicas matemáticas que nos aportan soluciones satisfactorias a una variada gama de problemas físicos. La teoría de la relatividad se usa en los fenómenos astronómicos y la mecánica cuántica en el mundo de los átomos, aquélla se basa en las teorías de campos y ésta en las teorías de partículas: la elaboración de la teoría del todo, la reconciliación de la misericordia con la justicia, no se ha conseguido todavía.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Osteoporosis, inesperadas semejanzas entre los astronautas y los ancianos


En una época en la que se idolatra a la juventud, resulta habitual que muchos conciudadanos nuestros identifiquen la vejez con enfermedad. Yerra quien lo haga. Apenas hay diferencia entre un adulto sano de sesenta o setenta años y uno de noventa; sí la hay, en cambio, si alguno de ellos está enfermo. Los ancianos rompen con facilidad los huesos –dirá, dubitativo aquél-. Se trata de una impresión cierta… que refleja sólo una parte de la verdad. Cuatro de cada diez mujeres y uno de cada diez hombres mayores de cincuenta años padecen osteoporosis, que así llaman los médicos al mal que desarrollan quienes tienen pocas proteínas y escaso fosfato de calcio en sus huesos, y los fracturan con un pequeño golpe. De epidemia silenciosa la califican los clínicos porque es una perturbación que no avisa, no provoca síntomas, el problema surge cuando, después de una simple caída o de cargar un peso, se fractura una vértebra, una muñeca o una cadera. Insisto en que se trata de una enfermedad y no una necesaria consecuencia de la edad, porque el hueso, como el músculo, se fortalece con el ejercicio; y tanto fortifica el aparato locomotor el joven que juega al fútbol como el anciano que camina varios kilómetros todos los días. La disminución de la masa ósea también la presentan -quién podría pensarlo- los jóvenes astronautas que viven en ingravidez largo tiempo, y aquellos enfermos de cualquier edad que deban permanecer en cama una temporada prolongada.
En los años 2001 y 2002, los biólogos que trabajaban para las agencias espaciales solicitaron a unos voluntarios que permanecieran acostados durante noventa días. Sabían que en esa posición el cuerpo humano sufre efectos muy similares a los ejercidos por la ingravidez; y querían estudiar la manera de compensar la atrofia muscular y la pérdida ósea. Los resultados obtenidos importan, no sólo a los tripulantes de vuelos espaciales de larga duración, como los que viajarán a Marte, sino también a los enfermos –ancianos o no- aquejados de dolencias similares. En el 1961, año en que Yuri Gagarin salió fuera de la atmósfera, o en el 1969, año en que por vez primera un humano pisó la Luna, muchos profanos calificarían de iluso a quien osara afirmar que los vuelos espaciales podría mejorar el bienestar de los ancianos. ¡Qué equivocados estaban!

sábado, 5 de septiembre de 2009

Vértigo al vacío


Reconozco que tengo una afición casi morbosa por algunos fenómenos físicos. Cuando intento comprender el vacío siento como si me sumergiese en profundos arcanos que mi mente apenas alcanza a comprender. Probablemente todos los lectores cultos sepan que los humanos, las rocas y las plantas están formados por átomos, pero quizá ignoren que estos minúsculos objetos no son compactos, no son ínfimas bolitas de billar, están compuestos casi exclusivamente por vacío. Para comprenderlo podemos ampliar imaginariamente el minúsculo tamaño de un átomo hasta que se vuelva tan grande como la catedral de Santiago de Compostela: un moscón perdido en el espacio de la nave central del magno edificio simularía el núcleo atómico y unos diminutos granos de polvo flotando cerca de las paredes, los electrones. Extraigamos conclusiones: bastante más del noventa y nuevo por ciento de la silla, donde probablemente esté sentado el lector meditabundo, lo constituye el vacío. ¿Comienza a sentir vértigo intelectual? Pues recupérese del esfuerzo, porque vamos a asomarnos a otro precipicio si cabe más profundo. El universo está habitado por galaxias, cientos de miles de estrellas grandes, medianas y pequeñas componen estos dinámicos entes extraordinariamente grandes y hermosos, en los que apenas cuentan, en cuanto a cantidad de materia, los planetas. Pues bien, si redujéramos el tamaño de una galaxia hasta que sus estrellas componentes adquiriesen el tamaño de un guisante, cien increíbles kilómetros separarían dos guisantes cualesquiera; fíjate bien amigo lector, ¿qué hay entre los guisantes, quiero decir entre las estrellas? Nada, apenas un átomo perdido por ahí y otro por allá. Las galaxias están hechas casi exclusivamente con vacío. La última transformación es más modesta y comprensible, convirtamos las galaxias en garbanzos: una cuarta, veinticinco centímetros, separaría dos galaxias. Resumiendo el universo es un conjunto de galaxias casi vacías, formadas por átomos casi vacíos. Colegimos que el universo está casi vacío. ¿Cuál es la importancia del majestuoso Sol?, ¿qué valor tiene nuestro hermoso planeta?, ¿tiene algún significado nuestra existencia? No oso dar ninguna respuesta a estas preguntas. “Toda novedad y primavera penden del corazón del hombre, y es este quien elige las estaciones, las ardientes amistades, las canciones, los caminos, la esposa y la sepultura, y también las soledades, los naufragios y las derrotas. Buscar el sentido profundo de la vida es el grande, nobilísimo ocio”. Ha escrito Álvaro Cunqueiro y nada tengo que añadir.