sábado, 30 de noviembre de 2019

¿Alarmismo infundado hacia los parabenos?



     Usados como conservantes debido a su capacidad bactericida y fungicida, los parabenos son compuestos químicos, concretamente, ésteres de metilo, etilo, propilo o butilo del ácido para-hidroxibenzoico (PHB). Su eficacia y bajo costo, explican por qué se encuentran tan a menudo en las industrias cosmética: en los champús, cremas hidratantes, geles para el afeitado, lubricantes sexuales, bronceadores y dentífricos; también los emplea la industria farmacéutica en los medicamentos tópicos; y la industria alimentaria como conservantes en derivados cárnicos, conservas vegetales, repostería, salsas de mesa, pasteles, refrescos, jugos, ensaladas, jaleas y cerveza. El escritor creía que su seguridad se había demostrado sin ningún asomo de duda… creía.
     Fijémonos en los argumentos. Algunos parabenos se encuentran en plantas, el metilparabeno, concretamente, se halla en los arándanos: buena señal. Si bien los estudios hechos con animales han demostrado que los parabenos tienen una débil acción estrogénica, su mínima toxicidad y largo historial de uso seguro nos proporcionan garantías. Además, sabemos que en el intestino y el hígado descomponen con relativa facilidad los parabenos ingeridos por vía oral. Así estábamos, tan tranquilos. Ahora bien, nadie se había preguntado qué sucedía con los parabenos que penetraban en el organismo por distintas vías, por la piel, por ejemplo; hasta que unos científicos ingleses hallaron parabenos en tumores mamarios, concretamente, altas concentraciones de parabenos en dieciocho de veinte muestras analizadas. ¿Acaso los parabenos procedentes de otros lugares migraron al tejido mamario, contribuyendo al desarrollo de los tumores? Philippa Darbre así lo afirma; la investigadora manifiesta que los parabenos hallados en los tumores de mama proceden de su aplicación sobre la piel de las axilas, debido al uso de desodorantes, cremas o espráis.
     ¿Qué conclusiones se pueden extraer de las evidencias actuales? Al escritor, perplejo, le costó hacer un juicio. Basándose en los estudios actuales, afirmo que no se ha demostrado que los parabenos causen cáncer; con igual contundencia sostengo que no se puede garantizar que sea segura la exposición a largo plazo de parabenos, pues se desconocen sus efectos sobre la salud. Si bien no es posible afirmar que los parabenos causen los tumores, sí se puede argüir que están relacionados con el aumento de los cánceres de mama. Considerando que esta enfermedad mata a muchas mujeres y que un alto porcentaje de ellas utiliza desodorantes en las axilas, los científicos deberían hacer más investigaciones sobre la toxicología de los parabenos. Mientras tanto, debería recomendarse... ¡precaución!

sábado, 23 de noviembre de 2019

Guerra biológica con escorpiones



     Me enteré que unos terroristas musulmanes habían destruido parte de los monumentos de Hatra, una importante ciudad del desaparecido imperio parto. Curioso, quise saber más. Los partos, que ocuparon Persia, la actual Irán, construyeron un imperio que compitió con el imperio romano. En una de las guerras que lidiaron unos y otros, el emperador Septimio Severo intentó capturar Hatra (cerca de Mosul, en Irak). Y aquí comenzaron mis sorpresas porque, contra los legionarios romanos, los asediados ciudadanos de Hatra entablaron, además de una guerra química, otra biológica, ¡nada menos!, ¡y estamos en los años 198 a 199 después de JC! Aclaro, los combatientes partos usaron nafta encendida (un derivado del petróleo, que mana espontáneamente de la tierra en aquellos exóticos lugares) contra las torres de asedio que, lógicamente, incendiaron. Por si fuera poco, también lanzaron a las sufridas legiones vasijas de barro, vasijas que al romperse dejaban en libertad los escorpiones que llevaban dentro; si bien los escorpiones se llevaron la fama, algunos cronistas señalan que las bombas biológicas incorporaban abejas y avispas. Como el agudo lector habrá adivinado el ataque combinado de insectos y arácnidos resulto letal. Los partos acabaron vencedores y Septimio Severo se retiró derrotado.
     Los escorpiones, también llamados alacranes, algo más de mil setecientas especies, son un grupo de artrópodos fácilmente reconocible; portan dos apéndices acabados en pinza, y una delgada cola arqueada y rematada con un aguijón, que lleva una glándula venenosa incorporada. Se trata de cazadores nocturnos que, durante el día, buscan refugio; por ello recomendamos encarecidamente al viajero lector que, en tierra de escorpiones, sacuda el calzado por las mañanas… para evitar desagradables sorpresas al calzarse. Si bien todos los escorpiones son venenosos, sólo veinticinco especies, pertenecientes a la misma familia, son peligrosos para el ser humano. Su veneno contiene cerca de doscientas toxinas, citotóxicas o neurotóxicas: las primeras necrosan los tejidos humanos; las segundas, en cambio, afectan a las uniones neuromusculares, alteran el impulso nervioso y liberan los neurotransmisores sin control. ¿Sus efectos? Al principio, la víctima siente un fuerte dolor e hincha el lugar de la picadura, a continuación, el corazón late de forma irregular, finalmente, sobreviene la muerte por insuficiencia cardiorrespiratoria.
     Los creyentes en los mitos dicen que los escorpiones se suicidan clavándose su aguijón al sentirse rodeados por las llamas: sin embargo, los toxicólogos han hallado que los escorpiones son inmunes a su veneno: la ciencia, amigo lector, tiene siempre la última palabra.

sábado, 16 de noviembre de 2019

¿Es tóxico el aluminio?



     Me preguntaron sobre la inocuidad del papel de aluminio y fui incapaz de emitir un juicio porque carecía de argumentos en que basarme. Después de leer algunos artículos, especialmente una revisión de la toxicidad del mencionado metal hecha por Roberto Fernández-Maestre (en el año 2014) ya tengo una opinión formada.
     Comienzo por la conclusión: el aluminio no constituye una amenaza para la salud en condiciones normales (o sea, si las personas tienen los riñones sanos, hacen un consumo equilibrado de alimentos, la ingestión de agua presenta unos niveles aceptables del metal y usan los fármacos con moderación). Si no… el aluminio produce enfermedades óseas, hepáticas y anemia, no obstante, los desórdenes más graves se deben a su acumulación en el cerebro: porque inhibe enzimas y deforma algunas proteínas; ambos efectos provocan la acumulación de placas de aluminosilicatos en las neuronas que, sabemos, causan encefalopatías mortales; no debe sorprendernos, por tanto, que se le relacione con la enfermedad de Alzheimer, el mal de Parkinson, la esclerosis lateral amiotrófica y el síndrome de Down. Y cabe destacar que sólo desde el último tercio del siglo pasado conocemos la toxicidad de este metal.
     Cada uno de nosotros ingerimos de tres a cinco miligramos diarios de aluminio, cantidad que varía según cuál sea la alimentación (por esta vía entra el noventa por ciento), la composición del agua (diez por ciento) o los medicamentos consumidos. Compuestos de aluminio se usan en la preparación de algunos quesos, en la levadura química y en los antiácidos; los alimentos infantiles pueden tener altas concentraciones del metal, lo que convierte a los lactantes en un grupo de riesgo ya que ellos no han desarrollado completamente la capacidad renal. Afortunadamente, la porción de aluminio absorbida es una pequeña fracción de la ingerida, si bien el ácido cítrico, presente en limones y naranjas, la aumenta de seis a veinte veces. Los riñones eliminan de quince a cincuenta y cinco microgramos diarios del aluminio absorbido, pero cuando se sobrepasa la capacidad de excreción, algo del metal se deposita en los tejidos, donde puede alcanzar niveles tóxicos. ¿Quienes pueden tener, entonces, exceso del metal? Las personas sometidas a diálisis con agua que contiene abundante aluminio, los pacientes con úlcera gastrointestinal tratados durante largo tiempo con hidróxido de aluminio y aquellos ciudadanos que consumen aguas que tienen una elevada cantidad del metal; ya mencionamos antes el peligro que supone el aluminio para los lactantes.

sábado, 9 de noviembre de 2019

Las bacterias intestinales y el apéndice


     En el cuerpo humano hay más bacterias que células humanas, ¡nada menos!, cerca de un kilo y medio de nuestro peso son bacterias; la mayor parte del total, unas cien billones de cuatrocientas especies diferentes, está en el sistema digestivo. En el colon (parte del intestino grueso), donde la comida pasa entre uno y dos días, las bacterias suman cerca de novecientos gramos, la mitad de su contenido; de hecho, la flora bacteriana intestinal realiza la mayor parte del trabajo digestivo que se efectúa en el colon. Aunque en menor concentración, también el intestino delgado contiene bacterias digestivas; a todas ellas deben sumarse las bacterias de la vagina, que protegen de las infecciones, las que prosperan en las narices, en los ojos, en los oídos y en la boca (entre quinientos y seiscientos tipos distintos), y las que viven en la piel, donde hay hasta cien mil por cada centímetro cuadrado. Afortunadamente, sólo cien de las dos mil especies bacterianas que aloja nuestro organismo, pueden ser perjudiciales; y a esta mínima proporción deben su mala fama.
     Si ya nos hemos convencido de la importancia que tienen las bacterias intestinales para la salud de cualquiera de nosotros, podemos examinar sin prejuicios los argumentos sobre la necesitad del diminuto apéndice que le han extirpado a siete de cada cien personas: pues ese es el número de operados de apendicitis. Tan gran cantidad de pacientes, entiendo yo, se debe a que, hasta hace poco, en las universidades se enseñaba que el apéndice no desarrollaba función alguna en el organismo: se trataba de un órgano vestigial, carente de importancia; tal vez por eso, sospecho, unos investigadores detectaron que, en los EEUU, una de cada seis operaciones se hace en apéndices normales: o sea, ¡que los cirujanos operaban por si acaso! Los fisiólogos, recientemente, han hallado que este pequeño órgano de diez centímetros de largo, no sólo forma parte del sistema inmunitario que nos protege tanto de las agresiones externas como de las internas, sino también sirve para dar cobijo a las bacterias beneficiosas del intestino cuando hay alguna emergencia; parece que el apéndice actúa como almacén de bacterias beneficiosas, para repoblar el intestino después de una infección por bacterias patógenas y lograr que retorne a un estado saludable. Recapitulo: si bien la amputación de un brazo gangrenado nos salva la vida, nadie se amputa un miembro sano: ¡hagamos lo mismo con el apéndice!


sábado, 2 de noviembre de 2019

Elementos descubiertos en las estrellas


     Ética, estética, religión, metafísica, política existen muchos tópicos sobre los que enzarzarse en agrias discusiones, mejor o peor argumentadas, sin que se pueda demostrar el grado de certeza de cada afirmación. No sucede lo mismo cuando se trata de cavilar sobre la naturaleza; la ciencia proporciona conocimientos comprobables sobre el comportamiento presente, pasado y futuro de los fenómenos naturales. Cualquier persona medianamente culta puede opinar sobre algún aspecto concreto de la ética, estética, religión, metafísica o política; no sobre la ciencia, no hay opiniones científicas, existen observaciones, teorías, hipótesis y deducciones. Sin embargo, incluso reputados filósofos son incapaces de asimilar que, en lo concerniente a la naturaleza, más les vale permanecer callados que emitir opiniones que, al poco tiempo, son desmentidas por los hechos tozudos. ¡Poco aprenden los metafísicos de la historia del pensamiento! En 1835, Auguste Comte (y parece ser que no era mal filósofo) protagonizó uno de los casos que más me gusta citar; el erudito francés, refiriéndose a las estrellas, escribió: “Podremos determinar sus formas, sus distancias, su tamaño, sus movimientos, pero nunca podremos saber acerca de su estructura química ni mineralógica.” Al poco tiempo, Joseph Fraunhofer, había utilizado un método para determinar la composición química de los objetos a partir de la luz que emiten. Es más, dos de los elementos químicos fueron descubiertos en una estrella antes de que se descubrieran en la Tierra. El helio en el Sol, de ahí su nombre, y el tecnecio en las estrellas. Estamos relativamente familiarizados con helio, se usa en los instrumentos terapéuticos que hacen imágenes por resonancia magnética, y también se llenan con él los globos y dirigibles. El tecnecio, así llamado porque fue el primer elemento producido de forma artificial (en el año 1937), no es igual de usual; sabemos que carece de isótopos estables -es el elemento químico más ligero en el que todos sus átomos son radiactivos-, aún así se halló en la naturaleza: en las estrellas gigantes rojas y también aquí en la Tierra se encontraron pequeñísimas cantidades, como subproducto de la fisión espontánea del uranio, en los minerales que contienen este escaso elemento. Y es útil, ya que uno de sus isótopos, emisor de rayos gamma, se una en medicina nuclear para efectuar diversas pruebas diagnósticas. ¿Qué argüiría Comte si supiese que hoy conocemos la composición química de las estrellas?