Me
preguntaron sobre la inocuidad del papel de aluminio y fui incapaz de
emitir un juicio porque carecía de argumentos en que basarme.
Después de leer algunos artículos, especialmente una revisión de
la toxicidad del mencionado metal hecha por Roberto Fernández-Maestre
(en el año 2014) ya tengo una opinión formada.
Comienzo
por la conclusión: el aluminio no constituye una amenaza para la
salud en condiciones normales (o sea, si las personas tienen los
riñones sanos, hacen un consumo equilibrado de alimentos, la
ingestión de agua presenta unos niveles aceptables del metal y usan
los fármacos con moderación). Si no… el aluminio produce
enfermedades óseas, hepáticas y anemia, no obstante, los desórdenes
más graves se deben a su acumulación en el cerebro: porque inhibe
enzimas y deforma algunas proteínas; ambos efectos provocan la
acumulación de placas de aluminosilicatos en las neuronas que,
sabemos, causan encefalopatías mortales; no debe sorprendernos, por
tanto, que se le relacione con la enfermedad de Alzheimer, el mal de
Parkinson, la esclerosis lateral amiotrófica y el síndrome de Down.
Y cabe destacar que sólo desde el último tercio del siglo pasado
conocemos la toxicidad de este metal.
Cada
uno de nosotros ingerimos de tres a cinco miligramos diarios de
aluminio, cantidad que varía según cuál sea la alimentación (por
esta vía entra el noventa por ciento), la composición del agua
(diez por ciento) o los medicamentos consumidos. Compuestos de
aluminio se usan en la preparación de algunos quesos, en la levadura
química y en los antiácidos; los alimentos infantiles pueden tener
altas concentraciones del metal, lo que convierte a los lactantes en
un grupo de riesgo ya que ellos no han desarrollado completamente la
capacidad renal. Afortunadamente, la porción de aluminio absorbida
es una pequeña fracción de la ingerida, si bien el ácido cítrico,
presente en limones y naranjas, la aumenta de seis a veinte veces.
Los riñones eliminan de quince a cincuenta y cinco microgramos
diarios del aluminio absorbido, pero cuando se sobrepasa la capacidad de excreción, algo del metal se deposita en los tejidos, donde puede
alcanzar niveles tóxicos. ¿Quienes pueden tener, entonces, exceso
del metal? Las personas sometidas a diálisis con agua que contiene
abundante aluminio, los pacientes con úlcera gastrointestinal
tratados durante largo tiempo con hidróxido de aluminio y aquellos
ciudadanos que consumen aguas que tienen una elevada cantidad del
metal; ya mencionamos antes el peligro que supone el aluminio para
los lactantes.
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