Durante
el siglo XX los investigadores médicos han explicado las causas de la
enfermedad recurriendo exclusivamente a mecanismos fisiológicos y anatómicos;
un nuevo enfoque complementario del anterior incluye, además, explicaciones de tipo evolutivo. Comentaré algunas.
El
dolor, la fiebre, la tos, el vómito, la ansiedad, las náuseas, la diarrea, la
fatiga, el estornudo o la inflamación no son enfermedades, sino defensas. ¡Sorpréndase
el lector inexperto! Aquellos sujetos que no eliminan los cuerpos extraños de
los pulmones –no tosen- presentan mayor probabilidad de morir de neumonía; quienes
no sientan dolor perjudicarán un músculo o un hueso lesionado; la fiebre
facilita la destrucción de los patógenos; las náuseas durante la gestación
protegen al feto de potenciales alimentos tóxicos; la ansiedad es una defensa
en situaciones peligrosas para favorecer la huida.
Los
conflictos con otros organismos, tanto contra el bacilo de la tuberculosis como
contra los leopardos y serpientes, son inherentes a la vida. La selección
natural no puede dotarnos de una protección perfecta contra los patógenos,
porque éstos evolucionan más rápidamente que el hombre; por ello debemos esperar que las bacterias se adapten a cualquier antibiótico que inventemos.
Los
ambientes nuevos son tan recientes que la selección natural no ha tenido tiempo
de amoldarse a ellos. Los epidemiólogos saben que el remedio a las enfermedades
cardiovasculares consiste en limitar la ingestión de grasas, tomar verduras y
hacer más ejercicio, un antídoto que el resto de los humanos prefiere ignorar, porque las elecciones relativas a la dieta y al ejercicio dimanan
de cerebros diseñados para enfrentarse a un entorno diferente al actual.
Ciertas
peculiaridades físicas nuestras se deben a un compromiso entre el beneficio que reportan y el
perjuicio que causan. Muchos de los genes asociados a una enfermedad tienen que acarrear algún bien o no serían tan comunes: el gen que causa una anemia
protege de la malaria, el gen de la fibrosis quística previene del tifus.
El
diseño de nuestra anatomía está limitado por las estructuras
preexistentes; la selección natural condiciona que algunos rasgos anatómicos no
sean óptimos. Nuestro ojo posee un punto ciego que no tienen los pulpos; nuestros
aparatos digestivo y respiratorio se cruzan, y por ello vivimos con la amenaza
constante de que la comida se quede atravesada en la entrada de los pulmones.
En
resumen, la medicina evolutiva trata de indagar qué características del diseño
del cuerpo nos hace vulnerables a determinadas enfermedades. ¡Nada más, nada
menos!