sábado, 24 de noviembre de 2018

¿Cuánto pesan todos los seres vivos?


No cabe duda que los humanos tenemos sólidos prejuicios acerca de nuestra importancia y tendemos a minusvalorar el resto de seres vivos. Poner números a la cantidad de biomasa que tiene cada grupo de la biosfera puede proporcionarnos una lección de humildad.
Los expertos han calculado cuánto pesan todos los seres vivos del planeta; el estudio se ha publicado (2018) en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences. Con sus datos hemos elaborado una escala en la que indicamos los millones de toneladas de carbono orgánico que contiene cada grupo de seres vivos. Las plantas conquistan el primer lugar en la escala con cuatrocientos cincuenta mil; a continuación, se hallan las bacterias con setenta mil; los hongos irrumpen en el tercer lugar con doce mil; las arqueas (similares a las bacterias), siete mil; en el quinto lugar, con cuatro mil, entran los protistas (sofisticado nombre con el que los biólogos designan a las algas y seres unicelulares); a continuación, en el penúltimo lugar se encuentran los animales con dos mil; los virus habitan el séptimo y último, con doscientos. Me sorprende que todos los animales, humanos incluidos, sólo dispongamos de menos del uno por ciento (cero coma treinta y siete) de la biomasa que alberga nuestro planeta; cuando las plantas, en cambio, contienen el ochenta y tres por ciento.
Averigüemos ahora cómo se reparte el carbono biológico (dos mil millones de toneladas) entre los animales. Los artrópodos (recordemos a los insectos, las arañas y los langostinos), que contienen la mitad de la biomasa (mil) se instalan en la primera posición de la escala. En la segunda, con setecientos, se emplazan los peces; en la tercera y cuarta, empatados a doscientos, se colocan los moluscos (caracoles, mejillones y pulpos) y los gusanos anélidos. En la quinta y sexta, también empatados a cien, se sitúa el ganado y los cnidarios (medusas, corales y anémonas). Los humanos ocupamos la séptima posición con sesenta, seguidos por los gusanos nematodos con veinte; en las dos últimas posiciones, se ubican los mamíferos salvajes y las aves salvajes con siete y dos, respectivamente. Fijémonos: la biomasa humana -recordemos que se trata de una única especie- supera la cantidad de biomasa de las cuatro mil de especies de mamíferos y de las diez mil especies de aves; y a nosotros nos supera la cantidad de biomasa del ganado que criamos...

sábado, 17 de noviembre de 2018

Presión dentro de los protones


La presión que ejerce el aire sobre cualquiera de nosotros, una medida del peso de la atmósfera que soportamos, alcanza el considerable valor de cien mil pascales; una cifra que se multiplica por mil en las más profundas simas oceánicas; ni que decir tiene que cualquier submarino quedaría aplastado por tal agobiante presión; que puede aumentar todavía a unos cuantos billones de pascales, si nos trasladásemos al núcleo del planeta Júpiter. Sin embargo, tales valores palidecen ante las enormes presiones que V. D. Burkert, L. Elouadrhiri, y F. X. Girod acaban de medir aquí en la Tierra. En el año 2018, los tres investigadores han informado de las medidas que han hecho de la presión experimentada por los quarks dentro de un protón; el protón, uno de los componentes de los núcleos atómicos, consta de tres partículas fundamentales llamadas quarks, que se hallan enlazados entre sí mediante una fuerza que los físicos han apellidado de fuerte. Cerca del centro del protón (hasta seiscientas trillonésimas de metro) los tres físicos citados encontraron una presión de repulsión y a mayor distancia de unión; la presión promedio alcanza cotas fantásticas: aproximadamente cien mil quintillones de pascales, que excede (es diez veces mayor) a la presión estimada en los objetos más compactos del Universo, las estrellas de neutrones. Resulta una obviedad decir que el Sol es un astro muy grande; para ponderar su magnitud imagine el escéptico lector que lo coloca en la Tierra: la Luna quedaría englobada por la estrella. Como si fuéramos el mago Malambruno, tomemos ahora la masa de dos soles y comprimámoslas en una esfera de veinte quilómetros de diámetro: habríamos conseguido una estrella de neutrones, un objeto compuesto, como su nombre indica, por neutrones, las mismas partículas que, acompañando a los protones, se hallan en los núcleos atómicos. Dentro de estos exóticos astros no hay fricción ni resistencia eléctrica, porque el interior es superconductor y superfluido: en tales lugares los físicos disponen de un laboratorio ideal para el estudio de la materia en condiciones extremas.
Retomemos el hilo del discurso: los quarks nunca se encuentran aislados, siempre están confinados dentro de las partículas, llámense éstas protones o neutrones; por ello, la medida de las fuerzas y presiones que allí intervienen es una de las cuestiones más importantes en la física moderna, porque hace que el protón sea una partícula estable y, por lo tanto, proporciona estabilidad al Universo. ¡Nada menos!

sábado, 10 de noviembre de 2018

Homeopatía


Mi sorpresa fue mayúscula al enterarme que, en España, se iba a suprimir un máster universitario de homeopatía y una asignatura con el mismo nombre en el grado universitario de medicina; y la sorpresa no se debe tanto a la supresión como a enterarme que, en una facultad científica y en el siglo XXI, se han impartido clases sobre una práctica supersticiosa.
La homeopatía, creada en 1796 por Samuel Hahnemann, pretende ser una medicina alternativa, sin embargo no puede calificarse de medicina una práctica curativa supersticiosa; y hacemos esta contundente afirmación porque los dogmas de la homeopatía sobre el cuerpo humano, la enfermedad y los modos de actuación de los medicamentos han sido refutados por los descubrimientos de biología, psicología, física y química posteriores a su invención. Además, estudios a gran escala han demostrado que los remedios homeopáticos no son más efectivos que los placebos, lo que sugiere que cualquier bienestar posterior al tratamiento se debe sólo al efecto placebo y a la recuperación normal de la enfermedad. Aunque algunos ensayos producen resultados positivos,​ las revisiones sistemáticas revelan que se deben al azar o a métodos de investigación defectuosos (confunden encuestas al consumidor con ensayos controlados). En resumen, las preparaciones homeopáticas no son efectivas para tratar enfermedades y la Organización Mundial de la Salud ha alertado contra su uso. La persistencia en su práctica, a pesar de la ausencia de evidencias sobre su eficacia, puede deberse a las largas consultas que los homeópatas otorgan a sus pacientes y a una preferencia irracional por productos naturales, que el público piensa que constituyen los remedios homeopáticos.
Existe una variedad de explicaciones de las causas por las que la homeopatía parece curar las enfermedades o aliviar sus síntomas, incluso cuando algunos remedios (agua, azúcar o sal) son inertes: las expectativas de curación del paciente (efecto placebo); un cuidador compasivo puede tener un efecto terapéutico; el cuerpo tiene capacidad de sanarse espontáneamente; tratamientos no identificados como la alimentación, el ejercicio o algún agente ambiental; los enfermos buscan ayuda homeopática cuando su malestar es máximo, después pueden mejorar espontáneamente, pero atribuyen la mejoría al remedio homeopático (regresión a la media); tratamiento médico, si los pacientes reciben asistencia médica simultánea a la homeopática; a menudo, los homeópatas recomiendan abandonar tratamientos farmacológicos que tienen efectos secundarios molestos, los enfermos atribuyen la mejoría a la homeopatía, cuando la causa es el cese del tratamiento, que puede poner en peligro la vida del paciente.

sábado, 3 de noviembre de 2018

¿Qué estrella señala el norte?

Los humanos que vivieron en el paleolítico no contemplaron la misma bóveda celeste que nosotros. ¿Cómo es posible? La posición de las estrellas en el cielo cambia a lo largo de la noche: giran en torno a la estrella polar en el hemisferio norte. También varía a lo largo del año pues en invierno advertimos unas constelaciones y en verano distinguimos otras. Además de estos cambios que puede comprobar cualquier observador, el experto también hallará que la posición de las estrellas va mutando a lo largo de los años de forma periódica; escrito con palabras técnicas, la referencia para la localización de cualquier estrella, sus coordenadas ecuatoriales (declinación y ascensión recta) varían; tanto es así que los físicos deben actualizar los datos astronómicos cada medio siglo. Dentro de doce mil años, nuestros descendientes, si la civilización perdura, comprobarán que el polo norte celeste no estará en la estrella polar, sino en la estrella Vega de la constelación Lira; los vecinos de Mohenjo-Daro, antigua civilización sita en el actual Pakistán, por citar algunos antecesores nuestros observaron, hace cuatro mil años, que el polo norte estaba en la estrella alfa del Dragón. Si cambia la posición de los polos, como es lógico, el ecuador celeste también hará lo mismo; actualmente corta por la mitad a la constelación de Orión, que se reparte casi por igual entre los dos hemisferios, concretamente, por la estrella Mintaka. No siempre estará así, Orión, en el presente una constelación de invierno en el hemisferio norte, dentro de trece mil años, aproximadamente, será una constelación estival; tampoco en el pasado la constelación se vio igual que ahora, hace tres mil seiscientos años, cuando comenzaba a formarse el imperio hitita, el ecuador celeste cortaba a Orión por Betelgeuse, la estrella supergigante roja.
Ya hemos testificado que el firmamento, aparentemente inmutable para el profano, no es tan inmutable como pudiera parecer a los contingentes seres humanos. ¿A qué causa atribuimos la variación? A la precesión de los equinoccios, que así llaman los astrónomos al cambio de la dirección del eje de rotación de la Tierra, que se mueve de manera similar al bamboleo de una peonza: el polo (el punto obtenido al cortar la prolongación del eje de la Tierra la esfera celeste) traza una circunferencia, circunferencia que tarda veinticinco mil setecientos setenta y seis años en recorrerse.
En resumen, tampoco nuestros descendientes verán el mismo cielo que nosotros.