sábado, 28 de noviembre de 2020

Tricotecenos y mohos


En los cereales que degustamos habitualmente entran toxinas en la cadena alimentaria. ¿Es posible? ¿Cómo? En los mohos que se desarrollan en los granos, tanto en el momento de la cosecha si llueve, como cuando se mojan o humedecen durante el almacenado invernal en instalaciones defectuosas. Se trata de tricotecenos, un grupo de toxinas -desoxinivalenol (DON), nivalenol, toxina T-2- producidas por los hongos Fusarium. Y son peligrosos; incluso se ha conjeturado que la reducción demográfica habida en Europa occidental en el siglo XIII se debió a la sustitución del centeno por trigo infectado por Fusarium. 
En Rusia y en el año 1932, se identificó la primera micotoxicosis debido a la toxina T2. Pan elaborado con harina de trigo contaminado con Fusarium causó una mortal intoxicación alimentaria, que dejó aldeas aniquiladas y cientos de miles de rusos fallecidos, siendo el distrito siberiano de Orenburgo uno de los más afectados. El gobierno ruso denominó ATA (alimentary toxic aleukia: leucopenia tóxica alimentaria, en español) a esta fatal enfermedad cuyos síntomas incluyen fiebre, vómitos, inflamación del aparato digestivo y alteraciones sanguíneas. El efecto más importante de la toxina T-2 (y de otros tricotecenos) consiste en su neurotoxicidad y actividad inmunodepresora, probablemente relacionadas ambas con la inhibición de la biosíntesis de proteínas, que causa la muerte celular y la necrosis de los tejidos. Además de envenenar a los alimentos, los tricotecenos, en concreto, la toxina T-2 resulta tóxica, tanto por inhalación como por ingestión, y produce lesiones en la piel y mucosas en dosis mínimas; si a ello se añade lo fácil que resulta su fabricación: los Fusarium crecen en los granos de trigo húmedos, comprendemos que puedan emplearse como efectivos agentes de guerra química. Y eso creyó también el gobierno norteamericano, que acusó a los soviéticos de haber usado este agente en la guerra de Laos y Camboya, bajo el nombre de lluvia amarilla: si bien cabe señalar que investigadores independientes no han dado credibilidad a la denuncia.
El deoxinivalenol (DON), probablemente la toxina de Fusarium más corriente, contamina al maíz y al trigo. La ingestión de estos cereales mohosos ha ocasionado intoxicaciones agudas en la India, China y Japón; en menos de treinta minutos los sufridos comensales padecieron náuseas, vómitos, dolores abdominales, diarrea, mareos y cefaleas. 
Ya sabemos que las micotoxinas han causado distintas enfermedades desde que la humanidad comenzó a cultivar las plantas: los expertos nos señalan que debemos aprender a prevenirnos de ellas.

sábado, 21 de noviembre de 2020

¿Son inteligentes algunos mohos?


Un excursionista a menudo ve masas amarillas gelatinosas en los troncos podridos: son mohos de fango, Physarum polycephalum, enrevesado nombre para designar a una célula que contiene millones de núcleos. Conozcamos sus hazañas, porque los mohos del fango son mucho más inteligentes de lo que sospechábamos. 
Resuelve laberintos. Se colocan nutrientes al principio y al final de un laberinto que, previamente, se ha llenado de moho: cuatro horas después, el moho retrae sus ramas de los pasillos sin salida, creciendo exclusivamente a lo largo del camino más corto entre las dos piezas de comida.
El P. polycephalum imita la red ferroviaria de Tokio, así como la red de carreteras de Canadá, Inglaterra y España. Se colocan copos de avena (alimento de los mohos) en las mismas posiciones que las grandes ciudades y se añade moho; al cabo de días, las ramas del moho unirán los copos, casi exactamente igual que las carreteras y vías ferroviarias conectan las ciudades japonesas, europeas o canadienses. En otras palabras, el moho no crece aleatoriamente, sino que emplea las rutas más eficientes. ¿Ayudará a planificar la construcción de las futuras vías de transporte?
El moho utiliza un reloj interno para anticipar futuros cambios ambientales. Se coloca el moho en un ambiente cálido y húmedo (prospera en él); a continuación, cada treinta minutos, se baja repentinamente la temperatura y humedad: el moho, entonces, se arrastra más lentamente. Después de varias pruebas, se deja de cambiar el ambiente, sin embargo, el ritmo del moho se desacelera de todos modos cada treinta minutos. Finalmente, deja de hacerlo.
P. polycephalum es un comedor saludable. Si se coloca en el centro de una circunferencia que contiene once alimentos diferentes, elige la comida que posee un equilibrio óptimo de nutrientes. 
Los mohos han estado en el planeta seiscientos millones de años y quizás más; en aquel momento, ningún organismo había desarrollado cerebro o sistema nervioso. Sin cerebro Physarum polycephalum resuelve laberintos, imita el diseño humano de redes de transporte y elige la comida más saludable de un menú variado; sin cerebro. Physarum polycephalum recuerda, toma decisiones y anticipa cambios, en pocas palabras, se comporta de manera aparentemente inteligente. Hace tanto con tan poco, que representa una alternativa exitosa a la inteligencia basada en el cerebro. En resumen, ha obligado a definir de nuevo los ingredientes que debe tener un ente para ser calificado como inteligente.

sábado, 14 de noviembre de 2020

Acidez oceánica


Desde la revolución industrial hasta hoy, el contenido de dióxido de carbono atmosférico ha pasado de doscientos ochenta ppm a algo más de cuatrocientos; valor que habría aumentado más si los océanos no hubieran absorbido la tercera parte del dióxido de carbono vertido en la atmósfera;  tal cantidad del gas disuelto provoca la acidificación del agua marina. Cierto, las aguas superficiales son un treinta por ciento más ácidas hoy que a finales del ácido XIX y, si la tendencia continúa, a finales del siglo XXI podrían ser un ciento cincuenta por ciento mayores. Los biólogos saben que la acidificación disuelve los minerales componentes de las conchas y esqueletos externos de las criaturas marinas; pero creían que no afectaría a los peces y a los organismos carentes de exoesqueleto. Erraban: habían comprobado que los animales sobreviven en el agua ácida, pero no habían observado su comportamiento. 
Los coloreados peces payaso viven en los arrecifes de coral, bajo la protección de una anémona. Sin embargo, antes de convertirse en adultos, deben superar una peligrosa prueba. Nada más nacer, la diminuta larva del pez se aleja del arrecife para completar su desarrollo en mar abierto, lejos de los depredadores. Tras una decena de días, el pececillo regresa para asentarse en la anémona; pero antes de llegar a su hogar definitivo debe evitar numerosos depredadores; y el olfato constituye una ayuda inestimable para eludir a quienes desean engullirlo; porque este sentido químico detecta las moléculas disueltas en el agua y desencadena una respuesta a ellas. Ahora bien, ¿cómo afectará la acidificación del agua a este mecanismo de supervivencia? Danielle Dixson y un grupo de investigadores se propusieron comprobarlo. En un estanque artificial colocaron unas larvas del pez payaso y observaron lo siguiente: si vertían el olor de un pez inofensivo en el agua, las larvas no se inmutaban, pero ante el olor de un voraz mero, huían. Repitieron el experimento con agua oceánica cuya acidez era la que tendrá en el año 2100, de seguir la tendencia actual: las larvas no reaccionaron al olor, incluso algunas se dirigieron hacia el peligroso depredador. El comportamiento se había alterado. Desgraciadamente, los biólogos tienen indicios para sospechar que la acidificación afecta a otros sentidos y también al comportamiento de otras especies; no debe extrañarnos, por lo tanto, que estén preocupados, pues ignoran si los organismos marinos lograrán adaptarse a la acidez oceánica del próximo futuro. 

sábado, 7 de noviembre de 2020

¿Cuántas emociones hay?


Me dejó intrigado la frase que Ernest Hemingway dedicó a William Faulkner: “Pobre Faulkner. ¿De veras cree que las grandes emociones surgen de las grandes palabras?”. Después de pensarlo detenidamente, no sabría responder a tal pregunta; no obstante, y mientras meditaba, otra idea, ajena a la literatura, surgió en mi mente. Las emociones son la sal de la vida y gobiernan una porción considerable de nuestra existencia. ¿Cuántas hay? 
Es difícil enumerarlas, porque existen casi tantas definiciones de emoción como psicólogos eminentes. Antes de intentar hacerlo fijémonos en qué son; las emociones son reacciones psicológicas y fisiológicas, más o menos pasajeras, que representan los modos de adaptación de un individuo a los estímulos que percibe como importantes; no debemos confundirlas con los sentimientos, más duraderos y capaces de ser verbalizados, que son el resultado de ellas. Las emociones, cuyo objetivo es establecer un medio interno óptimo para que el comportamiento resulte más efectivo, desencadenan respuestas rápidas de los distintos sistemas biológicos: desde los músculos, las expresiones faciales y la voz, hasta la actividad de los sistemas nervioso autónomo y endocrino. 
Descifrar el número de emociones viene de antiguo; Aristóteles identificó catorce emociones básicas; sin embargo, los psicólogos contemporáneos proporcionan un numero más reducido, menor de lo que supone cualquier profano. Robert Plutchik identificó ocho emociones fundamentales: la alegría, la tristeza, la confianza, el asco, el miedo, la ira, la sorpresa y la anticipación. Paul Eckman, en cambio, descubrió que había seis emociones originales: la alegría, la tristeza, la sorpresa, el miedo, la ira y el disgusto. En un estudio realizado en la Universidad de Glasglow, más reciente, los investigadores sugieren que sólo habría cuatro emociones básicas: la alegría, la tristeza, la ira y el miedo; y que las variaciones más complejas han evolucionado a partir de ellas. ¿Esto significa que sólo hay cuatro? No. Hay cuatro fundamentales, pero nadie en su sano juicio diría que sólo hay cuatro estados emocionales: los seres humanos tenemos emociones complejas que experimentamos y expresamos de formas tan abundantes como sutiles. Las emociones básicas se combinan para formar una amplia variedad, tanta, que Eckman ha revelado que el rostro humano es capaz de crear más de siete mil expresiones faciales diferentes que reflejan distintos estados de ánimo. 
Retomo de nuevo la literatura para finalizar: “Fui entonces cuando descubrí la utilidad de la poesía como formulación verbal del sentimiento”.