sábado, 30 de marzo de 2019

Extinción Ediacara


     Sospechamos -las pruebas son fundadas- que las cinco extinciones masivas de seres vivos, que sucedieron en los último quinientos cuarenta millones de años, se debieron a un acontecimiento catastrófico; sea climático, volcánico o astronómico (caída de un cometa o asteroide); deducimos de ello que, en todos los casos, debe ser así… como siempre la naturaleza nos acaba sorprendiendo. 
     En el Ediacara, último período precámbrico, que comenzó hace seiscientos treinta y cinco millones de años y finalizó hace quinientos cuarenta, aparecieron en nuestro planeta los primeros organismos pluricelulares: no sabemos mucho de ellos porque, además de ser muy antiguos, sus cuerpos no tenían conchas ni esqueletos que legarnos en forma de fósiles; aun así, los paleontólogos han averiguado que los organismos ediacaranos se extendieron por todo el planeta, vivían en el mar, tenían la forma de discos, tubos, bolsas, hojas o colchones esponjosos, y permanecían inmóviles, o eran extremadamente pasivos, permaneciendo en un mismo lugar durante toda su vida. Tal era la tranquilidad que prevalecía en el período, que los científicos lo han acuñado con el significativo nombre de Jardín de Ediacara. Sin embargo, la evolución no se detuvo durante ese tiempo: surgió una innovación que iba a resultar letal para los apacibles seres que vivían en esos idílicos cien millones de años: los animales. Las características de los súbditos del reino recién nacido resultaron letales para los pacíficos ediacaranos: los animales pueden moverse espontáneamente, al menos durante algún momento de su vida, movimiento que les sirve para alimentarse mediante el consumo de otros organismos. Los animales irrumpieron en la escena en un frenesí de diversificación que los paleontólogos han calificado como la explosión cámbrica, un período de veinticinco millones de años en el que la mayoría de los grupos de animales modernos -vertebrados, moluscos, artrópodos (insectos), anélidos (gusanos) y medusas - comenzaron a existir. Y quizá la interrupción de los animales, con el consiguiente invento de la predación, sea la causa de la desaparición de los organismos ediacaranos, la primera extinción masiva de seres pluricelulares. Los animales fueron los ingenieros ecológicos que cambiaron el medio ambiente, de tal manera, que resultó imposible que los primitivos moradores, los ediacaranos pudiesen sobrevivir. Quizá nosotros, nuestra especie, estemos haciendo lo mismo y seamos, después de la aparición de los animales, los más poderosos ingenieros del ecosistema que ha conocido el planeta. ¿Podemos estar orgullosos si condenamos a la extinción a tres de cada cuatro especies animales?

sábado, 23 de marzo de 2019

La gravedad afecta al color de las estrellas


Cualquier teoría científica se fundamenta en observaciones o experimentos; son éstos quienes la validan o falsean; la autoridad, bondad o prestigio de su autor no cuentan, sólo valen las pruebas. Y la teoría general de la relatividad no iba a ser menos; una de las más contundentes pruebas de la validez de las ideas de Albert Einstein sobre la gravedad se fundamenta en la predicción de la existencia de ondas gravitatorias. En el año 2015, los científicos las detectaron por primera vez; la señal se debía a la fusión de dos agujeros negros de masa estelar, distantes de nosotros mil trescientos millones de años luz.
En otro experimento, menos famoso, interviene el color de las estrellas para confirmar la teoría. A quienes estén familiarizados con el sonido de una ambulancia que cambia de tono (llámese frecuencia) cuando se acerca o aleja del oyente, no les sorprenderá que el mismo efecto que percibió su oído también pueda detectarse si la fuente en movimiento emite ondas de luz en vez de ondas sonoras. Escrito con otras palabras, los físicos han comprobado que la velocidad afecta al color (la frecuencia) con que se ve la luz. Resaltada esta influencia, nada hacía pensar a los físicos que la gravedad también pudiera afectar a los colores de una luminaria; y aquí intervino la teoría de la relatividad general, que predice que la gravedad, inesperadamente, afecta al color de las estrellas. De la teoría de Einstein se colige que debería cambiar el color de una estrella, si pasara por una región donde existiera una gravedad muy intensa. Hasta el año 2018 no pudo comprobarse tal aserto; porque no existen cerca de la Tierra lugares donde la gravedad sea desmesurada. Ahora bien, sabemos que Sagitario A, un agujero negro supermasivo (que alberga la masa de cuatro millones de soles), ubicado en el centro de la Vía Láctea, a veintiséis mil años luz de distancia, crea el campo gravitatorio más intenso de nuestra galaxia; también hemos averiguado que alrededor de él orbitan estrellas. Los astrónomos se fijaron en una de ellas, S2; y comprobaron que su luz se volvía más roja, cuando pasaba cerca de Sagitatio A (a veinte mil millones de kilómetros), moviéndose al tres por ciento de la velocidad de la luz: las predicciones teóricas coincidían con los datos proporcionados por los observadores: la teoría quedaba testada… de nuevo. Así funciona la ciencia.

sábado, 16 de marzo de 2019

Australia hace cuarenta y cinco mil años


Muchos animales afroasiáticos, incluidas todas las especies de Homo, no pudieron atravesar el mar para llegar a Australia y América; por ello su fauna evolucionó de forma autóctona durante millones de años, adoptando formas diferentes. Hasta hace cuarenta y cinco mil años. En esa época los sapiens construyeron barcas, aprendieron a gobernarlas y colonizaron Australia. En el continente encontraron canguros gigantes de dos metros y doscientos kilos, leones marsupiales del tamaño de tigres, koalas gigantes y diprotodontes -gigantescos uombats marsupiales- de dos toneladas y media, aves ápteras tan grandes como dos avestruces, lagartos con aspecto de dragón y serpientes de cinco metros. En pocos milenios, veintitrés especies terrestres grandes (que pesaban más de cincuenta kilos), de las veinticuatro originales, se extinguieron; también desaparecieron numerosas especies pequeñas. Fue la transformación más importante del ecosistema australiano en millones de años. ¿Quién la promovió?
Los sapiens llegamos a Australia cuando se produjo la extinción. ¿Acabamos nosotros con la fauna? ¿O acaso la coincidencia se debe al azar? Vamos a buscar otros posibles culpables. ¿El clima? La fauna australiana resistió con éxito a todas las glaciaciones y ciclos de enfriamiento y calentamiento que han ocurrido en el último millón de años. Si la extinción australiana fuera un acontecimiento aislado nos concederíamos el beneficio de la duda; pero el registro histórico demuestra que el Homo sapiens es un despiadado asesino ecológico: cada vez que los humanos colonizamos una isla (alejada del continente) sucede una extinción masiva, parecida a la que diezmó la megafauna australiana. Así ocurrió en la isla ártica de Wrangel: su población de mamuts prosperaba hace diez mil años, cuando en el resto del mundo los mamuts habían desaparecido; llegaron los humanos hace cuatro mil años, entonces se extinguieron.
¿Cómo es posible que el sapiens, armado con la tecnología del paleolítico, pudiese causar tal desastre? Primer argumento: los animales grandes se reproducen lentamente y es probable que fuesen fáciles de cazar, pues no habían aprendido a huir de unos endebles simios, aparentemente no peligrosos. Segunda prueba: cuando llegaron a Australia, los humanos, mediante el fuego, convirtieron bosques en praderas más adecuadas a sus necesidades; los Eucaliptos, extraordinariamente resistentes al fuego y raros en Australia hace cuarenta y cinco mil años, proliferaron después de nuestra llegada. Tercera evidencia: los cambios climáticos quizá desestabilizaron los ecosistemas australianos que, en circunstancias normales, se habrían recuperado, como habían hecho antes, pero los humanos les proporcionaron el golpe fatal.

sábado, 9 de marzo de 2019

Supernovas


Oculto tras la aparente calma del cielo nocturno hay un dinamismo sorprendente: los humanos que observan con telescopios el firmamento asisten a la explosiva muerte de numerosas estrellas: cada segundo, una catástrofe astronómica, en forma de explosión supernova, destruye una estrella en algún lugar del universo observable.
Los astrónomos todavía tratan de entender qué provoca estas singulares explosiones que, por si fuera poco, son distintas: si ya resultan enigmáticas las habituales, qué cabe decir de las que, aunque escasas, son cien veces más o menos potentes que lo normal. Comentaré las distintas posibilidades. Si una estrella tiene más de diez masas solares acabará su vida en forma de supernova típica (los astrónomos la apellidan tipo II) y dejará una estrella de neutrones como residuo; llamamos nebulosa del Cangrejo a los restos de una explosión supernova de este tipo, que los chinos vieron en el año 1054. Si la masa de la estrella supera a diez soles, pero gira muy rápidamente, formará una supernova más luminosa que una habitual (llamémosla ultranova) y una estrella de neutrones muy magnetizada (un magnetar). Si una estrella tiene entre setenta y ciento cincuenta masas solares, puede ocurrir que la explosión se detenga para explotar más tarde, también se forma una supernova más luminosa que una normal (otra ultranova) y una estrella de neutrones. La energía es tan grande, cuando la masa estelar se halla entre ciento cincuenta y trescientas masas solares, que surgen pares de partículas y antipartículas; de nuevo se produce una supernova más brillante que una normal (otra ultranova), pero en este caso no deja residuo. Por último, la gravedad es tan monstruosa, si la masa de una estrella está entre trescientos y mil soles, que se produce el colapso sin explosión y se forma un agujero negro.
Existen otras posibilidades al considerar dos estrellas que se hallan próximas (sistemas binarios); cuando una de ellas es una enana blanca, puede explotar como supernova normal (los astrónomos la apellidan tipo Ia); Tycho Brahe y Jerónimo Muñoz observaron una en el año 1572, en Casiopea, y Kepler otra, en el 1604, en  la constelación de Ofiuco, la última supernova observada por un astrónomo en nuestra galaxia.
Y aún cabe considerar una nueva posibilidad si consideramos el choque entre dos estrellas de neutrones o entre una estrella de neutrones y un agujero negro: se forma una kilonova (menos brillante que una supernova normal) y deja como residuo un agujero negro. 

sábado, 2 de marzo de 2019

Dehesas


Las cuatro elegías tituladas “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” constituyen una de las más destacadas composiciones poéticas españolas; Federico García Lorca las dedicó a su amigo torero, muerto en 1934 a causa de una cornada. Presente en numerosas religiones y símbolo de fuerza y de fertilidad, el toro forma parte de la civilización occidental y de la cultura española en particular. Conocemos los hogares de los toros domésticos, los establos, pero probablemente ignoramos el hábitat de los toros bravos, protagonistas de las corridas.
La dehesa, entre tres y medio y cinco millones de hectáreas localizadas en Extremadura, Andalucía y Castilla, es uno de los ecosistemas más singulares de la península ibérica; a semejanza de la sabana, está formada por enormes praderas de gramíneas salpicadas con árboles dispersos, que contienen dos estratos vegetales: el arbóreo constituido por especies del género Quercus (fundamentalmente encinas, alcornoques y quejigos productores de bellotas) y el herbáceo, más variado. Además de toros de lidia y caballos pura sangre, de raza española, las dehesas acogen ochocientos mil cerdos ibéricos, ocho millones de ovejas, tres millones de cabras y más de un millón de vacas esparcidos entre dieciséis millones de alcornoques. Y no he mencionado a las especies cinegéticas ni las aves domésticas.
El origen de dehesa se remonta a hace unos seis mil años, mucho antes de los periodos romano y medieval, cuando el hombre neolítico intervino en el bosque mediterráneo original, poco aprovechable para sus necesidades, y eliminó parte de la masa arbolada para conseguir espacios abiertos en donde pacer el ganado. Su expansión se remonta a la Edad Media, y el vocablo hace referencia a un terreno acotado y dedicada a pastos, a los que acudían los ganados trashumantes en invierno. Resultado de la evolución del bosque primigenio en el que se ha establecido un equilibrio entre los árboles y los pastos, la dehesa es un sistema de explotación ganadera ocupado por pastizal y arbolado productor de bellota y corcho. La dehesa, en resumen, es un ecosistema generado por el hombre cuando éste eliminó parte de la cobertura arbustiva del bosque original para compatibilizar la actividad económica forestal con la ganadera. Respuesta humana ante los suelos pobres y el clima hostil, constituye un ejemplo de equilibrio natural entre la explotación del bosque y su conservación.
Afortunadamente, no siempre la intervención humana sobre un ecosistema resulta desastrosa.