Oculto
tras la aparente calma del cielo nocturno hay un dinamismo sorprendente: los
humanos que observan con telescopios el firmamento asisten a la explosiva
muerte de numerosas estrellas: cada segundo, una catástrofe astronómica, en
forma de explosión supernova, destruye una estrella en algún lugar del universo
observable.
Los
astrónomos todavía tratan de entender qué provoca estas singulares explosiones
que, por si fuera poco, son distintas: si ya resultan enigmáticas las
habituales, qué cabe decir de las que, aunque escasas, son cien veces más o
menos potentes que lo normal. Comentaré las distintas posibilidades. Si una estrella
tiene más de diez masas solares acabará su vida en forma de supernova típica (los
astrónomos la apellidan tipo II) y dejará una estrella de neutrones como
residuo; llamamos nebulosa del Cangrejo a los restos de una explosión supernova
de este tipo, que los chinos vieron en el año 1054. Si la masa de la estrella supera
a diez soles, pero gira muy rápidamente, formará una supernova más luminosa que
una habitual (llamémosla ultranova) y una estrella de neutrones muy magnetizada
(un magnetar). Si una estrella tiene entre setenta y ciento cincuenta masas solares,
puede ocurrir que la explosión se detenga para explotar más tarde, también se forma
una supernova más luminosa que una normal (otra ultranova) y una estrella de
neutrones. La energía es tan grande, cuando la masa estelar se halla entre
ciento cincuenta y trescientas masas solares, que surgen pares de partículas y
antipartículas; de nuevo se produce una supernova más brillante que una normal
(otra ultranova), pero en este caso no deja residuo. Por último, la
gravedad es tan monstruosa, si la masa de una estrella está entre trescientos y
mil soles, que se produce el colapso sin explosión y se forma un agujero negro.
Existen
otras posibilidades al considerar dos estrellas que se hallan próximas (sistemas
binarios); cuando una de ellas es una enana blanca, puede explotar como
supernova normal (los astrónomos la apellidan tipo Ia); Tycho Brahe y Jerónimo
Muñoz observaron una en el año 1572, en Casiopea, y Kepler otra, en el 1604, en
la constelación de Ofiuco, la última
supernova observada por un astrónomo en nuestra galaxia.
Y
aún cabe considerar una nueva posibilidad si consideramos el choque entre dos
estrellas de neutrones o entre una estrella de neutrones y un agujero negro: se
forma una kilonova (menos brillante que una supernova normal) y deja como
residuo un agujero negro.
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