Cualquier
teoría científica se fundamenta en observaciones o experimentos; son éstos
quienes la validan o falsean; la autoridad, bondad o prestigio de su autor no
cuentan, sólo valen las pruebas. Y la teoría general de la relatividad no iba a
ser menos; una de las más contundentes pruebas de la validez de las ideas de Albert
Einstein sobre la gravedad se fundamenta en la predicción de la existencia de
ondas gravitatorias. En el año 2015, los científicos las detectaron por primera
vez; la señal se debía a la fusión de dos agujeros negros de masa estelar,
distantes de nosotros mil trescientos millones de años luz.
En
otro experimento, menos famoso, interviene el color de las estrellas para confirmar
la teoría. A quienes estén familiarizados con el sonido de una ambulancia que
cambia de tono (llámese frecuencia) cuando se acerca o aleja del oyente, no les
sorprenderá que el mismo efecto que percibió su oído también pueda detectarse
si la fuente en movimiento emite ondas de luz en vez de ondas sonoras. Escrito
con otras palabras, los físicos han comprobado que la velocidad afecta al color
(la frecuencia) con que se ve la luz. Resaltada esta influencia, nada hacía
pensar a los físicos que la gravedad también pudiera afectar a los colores de
una luminaria; y aquí intervino la teoría de la relatividad general, que predice
que la gravedad, inesperadamente, afecta al color de las estrellas. De la
teoría de Einstein se colige que debería cambiar el color de una estrella, si pasara
por una región donde existiera una gravedad muy intensa. Hasta el año 2018 no
pudo comprobarse tal aserto; porque no existen cerca de la Tierra lugares donde
la gravedad sea desmesurada. Ahora bien, sabemos que Sagitario A, un agujero
negro supermasivo (que alberga la masa de cuatro millones de soles), ubicado en
el centro de la Vía Láctea, a veintiséis mil años luz de distancia, crea el
campo gravitatorio más intenso de nuestra galaxia; también hemos averiguado que
alrededor de él orbitan estrellas. Los astrónomos se fijaron en una de ellas,
S2; y comprobaron que su luz se volvía más roja, cuando pasaba cerca de
Sagitatio A (a veinte mil millones de kilómetros), moviéndose al tres por
ciento de la velocidad de la luz: las predicciones teóricas coincidían con los
datos proporcionados por los observadores: la teoría quedaba testada… de nuevo.
Así funciona la ciencia.
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