sábado, 30 de abril de 2022

La Luna


¿Alguna vez el curioso lector se ha detenido a observar los tamaños aparentes del Sol y de la Luna? ¿Se ha fijado en que son iguales? ¿Por qué apreciamos esa igualdad? Sencillamente se trata de una casualidad extraordinaria; a ella se debe que podamos contemplar los eclipses totales de Sol. Y los eclipses son los fenómenos astronómicos que permitieron determinar, por primera vez en la historia, el tamaño de un astro y la distancia a que se halla de nosotros. Realizó la hazaña Hiparco de Nicea quien, hacia el año 150 a. C. midió por primera vez el tamaño de la Luna   y la distancia a que se encuentra de la Tierra. Para hacerlo utilizó el método que había ideado antes que él otro astrónomo, Aristarco de Samos, quien había obtenido el tamaño de la Luna y su distancia a la Tierra comparándolo con el radio terrestre; no pudo averiguar el tamaño y la distancia porque en aquel momento se ignoraba el diámetro de nuestro planeta. 
Hiparco usó el método de Aristarco, pero después de que Eratóstenes de Cirene hubiese medido el radio terrestre. Esperó a que se produjera un eclipse de Luna, porque sabía que durante este fenómeno la Tierra se interpone entre el Sol y la Luna y, en varias fases del eclipse, dibujó la silueta de la Luna y de la sombra de la Tierra proyectada sobre la superficie lunar. Una vez pasado el eclipse, y suponiendo que la sombra terrestre tenía exactamente el mismo tamaño que el planeta (como las sombras chinescas, que tienen el mismo tamaño que las manos que las originan), midió la relación entre los radios de los círculos correspondientes a la silueta de la Luna y a la sombra de la Tierra. Obtuvo un valor de tres y siete décimas; como el radio terrestre ya lo había medido Eratóstenes, el radio de la Luna resultó ser mil setecientos kilómetros, un valor parecido al real. Con ese dato y la medida del ángulo (medio grado) con que se ve la circunferencia lunar calculó la distancia de la Tierra a la Luna; el valor que consiguió Hiparco, cerca de cuatrocientos mil kilómetros, constituye un logro magnífico porque está comprendido entre la distancia mínima (perigeo) y la máxima (apogeo) entre la Tierra y la Luna, con la particularidad que lo midió dos milenios antes de que un hombre pisase nuestro satélite por primera vez. 

sábado, 23 de abril de 2022

¿Qué es el haoma o soma?


Pueblos indoeuropeos descubrieron que una bebida preparada con plantas suprime el apetito, alivia el dolor y proporciona una repentina oleada de energía; la llamaron soma o haoma y se referían a ella como la bebida de la inmortalidad, la bebida de los dioses. Los investigadores coinciden en que los antiguos hindúes e iraníes la bebían en ceremonias sagradas y que contenía una sustancia estimulante o psicoactiva; no obstante, discuten la identidad de la planta con que la preparaban. Los Vedas, antiguos textos sagrados hindúes, describen el soma, el Avesta zoroástrico describe el haoma, en cualquier caso ambos se refieren a la misma bebida, y ninguna de los plantas propuestas por los historiadores para prepararla coincide con las descripciones.
Menciono las hipótesis más creíbles. Cuando el ritual somayajña se lleva a cabo hoy, en el sur de la India, sus oficiantes usan la somlata (Sarcostemma acidum, también llamada Cynanchum acidum), planta que, según la tradición, coincide con la que describen los Vedas. Los parsis zoroastrianos contemporáneos utilizan la Ephedra procera, que contiene el estimulante efedrina, como componente del sagrado haoma. En el año 2010, los arqueólogos hallaron una alfombra antigua que contenía un bordado en el que aparecía una ceremonia zoroástrica: se observa en él al rey-sacerdote en el altar con fuego y a un hongo, que se asemeja al Psilocybe cubensis; el hongo contiene la molécula psicoactiva psilocibina; colegimos que la bebida ritual se preparaba con el hongo, diferente de la Amanita muscaria o del cornezuelo de centeno (Claviceps purpurea), que algunos expertos también han sugerido como candidatos. En el año 2014 se postuló otra ingeniosa hipótesis: el soma o haoma se preparaba con la planta Peganum harmala, triturada y mezclada con leche de vaca según el ritual védico y avéstico; la planta contiene triptaminas psicoactivas y harmalina, un inhibidor de la MAO (enzima que desactiva triptaminas), y la leche de las vacas que han pastado grandes cantidades de Phalaris, otra planta, contendría más triptaminas psicoactivas. La última hipótesis que aludo data del año 2004: el examen global de los registros míticos y artísticos de la India muestra que la mayoría de los dioses y diosas hindúes y budistas han compartido asociaciones simbólicas con el loto sagrado (Nelumbo nucifera), sobre esa base se postula que, debido al estatus divino de esta planta, con ella tendría que haberse elaborado el soma. 
¿Cuál será la hipótesis correcta? 

sábado, 16 de abril de 2022

Cerveza sin alcohol


En la naturaleza la materia se presenta habitualmente como mezclas, sin embargo, a menudo nos interesa separar las sustancias puras que las constituyen. Hay varias técnicas para conseguirlo, una de ellas, la destilación, consiste en la ebullición de una mezcla líquida (cuyos componentes tienen diferentes temperaturas de ebullición), seguida de la condensación del vapor en un recipiente aparte. Se destila el petróleo y el aire líquido; se fabrican bebidas espirituosas mediante la destilación; y también se emplea la misma técnica para fabricar la cerveza sin alcohol, que ya es la séptima parte de la cerveza consumida en España. ¡No crea el ingenuo lector que la cerveza sin alcohol carece de alcohol! No, el asunto es más complejo. El porcentaje en volumen de alcohol en la cerveza oscila entre dos y medio y quince (habitualmente llamados grados); cantidad que, si es menor que uno, la normativa española considera como cerveza sin alcohol; únicamente la cerveza 0,0 garantiza una graduación alcohólica inferior a 0,04. 
Existen dos posibilidades para fabricarla: o bien elaborar cerveza minimizando la cantidad de etanol producido, o bien sustraer el etanol cuando ha finalizado el proceso. El primer método, más infrecuente, se emplea para cervezas de bajo contenido alcohólico; consiste en fermentar la cebada controlando el tiempo y la temperatura, para que se genere una cantidad mínima de alcohol.
Los métodos más frecuentes consisten en elaborar la cerveza de manera convencional eliminando el alcohol a posteriori. La técnica primitiva consiste en calentar la cerveza: la temperatura de ebullición del etanol (setenta y ocho grados) es menor que la del agua (cien grados), por lo que el alcohol se evapora primero, y se extrae; ahora bien, con el tratamiento térmico, se eliminan también los compuestos volátiles responsables del sabor y el aroma; por eso, antaño, a los catadores les parecía que la bebida resultante no sabía a cerveza. En el procesado moderno se baja la presión, para que el etanol se evapore a una temperatura más baja (cincuenta a sesenta grados) y se extraen primero los compuestos que proporcionan el sabor y el aroma, que se reincorporan a la bebida tras eliminar el alcohol: se consigue así una bebida con sabor similar a la cerveza convencional. Por último, cabe citar otra técnica, la ósmosis inversa, el mismo proceso que se utiliza para extraer la sal del agua del mar y convertirla en potable, también vale para extraer el alcohol de la cerveza. 

sábado, 9 de abril de 2022

Proteasas


Después de una copiosa comida meditaba sobre la complejidad del proceso químico que supone una digestión. De los diversos enzimas que se encargan de romper las macromoléculas de los alimentos en sus componentes, recordé las proteasas, quienes descomponen las proteínas en sus componentes aminoácidos. Las proteasas -las instrucciones para su síntesis ocupan del uno al cinco por ciento del genoma- juegan un papel crucial en numerosas reacciones fisiológicas, desde la digestión hasta la coagulación sanguínea, el sistema de complemento inmunitario y la apoptosis (suicidio celular). Junto con ellas, existen otras sustancias -los inhibidores de las proteasas- que impiden su acción; ambos, proteasas y sus inhibidores, mantienen un equilibrado balance, que se quiebra en las carcinogénesis, en las infecciones virales y en otros desórdenes patológicos. Como el sagaz lector ya habrá deducido, los inhibidores de proteasas son parte de nuestro sistema defensivo.
Recordemos algunas proteasas: la pepsina que fabrica el estómago, y la tripsina, quimotripsina, carboxipeptidasa y aminopepidasa que el páncreas vierte al intestino; mencionemos también algunas proteasas vegetales (que contribuyen a la digestión si las ingerimos), como la bromelina que contiene la piña, la papaína de la papaya y la actinidaína que se encuentra en los kiwis (mal llamada actinidina algunas veces, confundiéndola con una feromona).
Las legumbres (guisantes, garbanzos, lentejas, judías, soja, habas y cacahuetes), las patatas y los cereales (arroz, maíz y trigo) contienen inhibidores de tripsina y quimotripsina, en la leche hay otro inhibidor de tripsina y el huevo tiene el inhibidor ovomucoide; todos ellos impiden la descomposición de las proteínas durante la digestión. Deducimos de su existencia que la abundancia de los inhibidores de las proteasas en los alimentos que tomamos perjudica nuestra salud debido a la mala digestión, a los trastornos gástricos o al agotamiento pancreático. No se preocupe excesivamente el escrupuloso lector porque, al cocinar los alimentos, el calor desnaturaliza los inhibidores, que pierden casi todo su efecto. 
Quizás un suspicaz lector se pregunte por qué las proteasas no digieren también las proteínas del propio intestino. La contestación no es obvia: el moco producido, una glucoproteína indigerible llamada mucina, lo protege. Antes de concluir el comentario sobre estas eficaces moléculas quiero señalar que no todas las proteínas que llegan al intestino son destruidas; existe una pequeña absorción de proteínas intactas (a través de las uniones de las células intestinales) que, si bien no tiene repercusión nutricional, no debe desdeñarse porque puede causar respuestas alérgicas. 

sábado, 2 de abril de 2022

Predeciblemente irracionales


¿Todo ha de ser batallas y asperezas,

discordia, sangre, fuego, enemistades,

odios, rencores, sañas y bravezas,

desatino, furor, temeridades,

rabias, iras, venganzas y fierezas,

muertes, destrozos, riñas, crueldades;

que al mismo Marte ya pondrían hastío,

agotando un caudal mayor que el mío?


Hastío que también abruma al escritor ante la masiva información errónea digital que, incluso para el Foro Económico Mundial, constituye “uno de los principales riesgos para nuestra sociedad”. 
La mayor potencia de los ordenadores, la instauración de internet y el ingente aumento de datos han hecho que la inteligencia artificial ya esté presente en nuestra vida. Los algoritmos con los que opera no sólo son responsables de elegir, en base a nuestro perfil y preferencias anteriores, los anuncios que contemplamos y las noticias que leemos -influyendo, por tanto, en los resultados electorales-, sino también pueden estar detrás del análisis de los créditos que pedimos o de los seguros que solicitamos, de los datos sobre nuestra salud o del filtro de nuestros currículos. Y no es descabellado predecir que la inteligencia artificial guiará nuestros vehículos que, en un futuro, seguramente serán autónomos.
Las noticias falsas se propagan por la red, aun cuando no haya intereses políticos detrás: porque a los algoritmos no les importa la información errónea, simplemente le sirve para atraparnos porque cuadra mejor que la verdad con dos sesgos cognitivos nuestros. El sesgo de la confirmación: buscamos la información que confirme nuestras creencias; si una información refuerza nuestra opinión, aun si nos demuestran que es falsa, es probable que la recordemos como verdadera en el futuro. Y el sesgo de la novedad: prestamos una atención desproporcionada a lo nuevo; y la verdad no es novedosa, ya la hemos escuchado antes con frecuencia: por eso las noticias falsas obtienen veinte veces más retuits en las redes sociales que las verdaderas. Dos mil millones de usuarios de YouTube ven cuarenta minutos de videos al día en promedio, de los cuales los algoritmos recomiendan el setenta por ciento: alrededor del cinco por ciento de las recomendaciones son teorías conspirativas absurdas: dos de cada siete personas en el mundo ven, en promedio, minuto y medio diario de teorías conspirativas absurdas. ¡Inconcebible! En resumen, los algoritmos nos conocen mejor que nosotros mismos; nos muestran nuestra conducta: saben que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a las creencias: somos irracionales, pero predeciblemente irracionales.