Ética,
estética, religión, metafísica, política existen
muchos
tópicos
sobre
los que enzarzarse en agrias
discusiones, mejor
o peor
argumentadas, sin que se pueda demostrar
el
grado de certeza de cada afirmación.
No sucede lo mismo cuando se trata de cavilar
sobre la
naturaleza; la
ciencia proporciona
conocimientos comprobables
sobre el comportamiento presente, pasado y futuro de los fenómenos
naturales. Cualquier persona medianamente culta puede opinar sobre
algún
aspecto concreto de la ética,
estética, religión, metafísica o política; no sobre la ciencia,
no hay opiniones
científicas, existen
observaciones, teorías, hipótesis y deducciones. Sin embargo,
incluso
reputados
filósofos son incapaces
de asimilar que, en lo concerniente
a
la naturaleza, más les vale permanecer
callados
que emitir opiniones que, al poco tiempo, son desmentidas por los
hechos tozudos.
¡Poco
aprenden
los
metafísicos de
la historia del pensamiento!
En
1835, Auguste
Comte (y
parece ser que no era mal filósofo)
protagonizó
uno
de los casos que más me gusta citar;
el
erudito francés, refiriéndose
a las estrellas, escribió:
“Podremos determinar sus formas, sus distancias, su tamaño, sus
movimientos, pero nunca podremos saber acerca de su estructura
química ni mineralógica.” Al
poco tiempo, Joseph Fraunhofer, había utilizado un método para
determinar la composición química de los
objetos
a partir de la
luz que
emiten.
Es
más, dos
de los elementos químicos fueron descubiertos en una estrella antes
de que se descubrieran en la Tierra. El helio en el Sol, de ahí su
nombre, y el tecnecio en las
estrellas. Estamos
relativamente familiarizados con helio, se
usa en los
instrumentos
terapéuticos que
hacen imágenes por resonancia magnética, y también se
llenan con él
los globos
y dirigibles.
El
tecnecio, así
llamado porque fue el primer elemento producido de forma artificial
(en
el año 1937),
no
es igual
de
usual;
sabemos
que carece de isótopos estables -es el elemento químico más ligero
en
el que todos sus átomos son radiactivos-,
aún así se halló en la naturaleza: en las estrellas gigantes rojas
y también aquí en la Tierra se
encontraron pequeñísimas
cantidades, como subproducto de la fisión espontánea del uranio, en
los minerales que contienen este escaso
elemento.
Y
es útil, ya
que uno
de sus isótopos, emisor de rayos
gamma, se una en medicina nuclear para efectuar diversas pruebas
diagnósticas. ¿Qué
argüiría Comte
si supiese que hoy conocemos la composición química de las
estrellas?
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