Obesidad,
diabetes, disfunción tiroidea, cáncer, autismo, síndrome de
atención e hiperactividad, sabemos que la interacción entre
nuestros genes y el ambiente pueden causarnos enfermedades crónicas.
Los factores ambientales que afectan a nuestras células son
múltiples y abarcan desde la alimentación e infecciones hasta los
contaminantes químicos. Algunos de estos últimos vamos a comentar.
La opinión sobre las sustancias químicas se halla polarizada entre
quienes únicamente ven sus beneficios y quienes las asocian a
perjuicios: ambos enfoques son incorrectos. No albergo dudas sobre
los enormes beneficios que la química ha aportado al bienestar de la
humanidad, no hay más que recordar los medicamentos, los analgésicos
o los abonos. Ahora bien, también debemos considerar sus costes, la
contaminación, sólo así podremos minimizarla.
La
mayoría de las alrededor de ochenta mil sustancias químicas que en
la actualidad existen en el mercado no ha pasado prueba alguna; y
sabemos que muchas son tóxicas. Llamamos disruptores endocrinos a
los cuatro centenares, ya catalogados, que alteran la función de las
hormonas. Todos ellos suponen un grave problema global porque los
hallamos en el hogar, en el trabajo, en la comida, en el agua y en el
aire, en resumen, porque forman parte de multitud de productos que
usamos en la vida diaria.
Algunos
disruptores endocrinos son persistentes y permanecen largo tiempo en
el organismo; como se almacenan en las grasas corporales, si éstas
se movilizan, cuando adelgazamos o durante el embarazo y la
lactancia, se liberan a la sangre. Debido a que se acumulan, su
concentración aumenta a medida que ascendemos en la cadena trófica
y no debemos olvidar que los humanos ocupamos el final de dicha
cadena. Recordaré algunos: las dioxinas, productos secundarios que
se forman en numerosos procesos industriales; los retardadores de las
llamas, presentes en los plásticos, la ropa y los muebles; los
compuestos perfluorados, antiadherentes presentes en los detergentes,
en el teflón, en algunos envoltorios y envases; los
policlorobifenilos, que contienen muchos equipos eléctricos
industriales; y los plaguicidas agrícolas organoclorados y
organofosforados. También hay disruptores endocrinos que no son
persistentes: los ftalatos, aditivos empleados en los cosméticos,
colonias, perfumes y algunos plásticos; y el bisfenol A, que
contienen plásticos con los que se hacen latas de conserva, material
de oficina, juguetes y garrafas de agua.
Por
último, argumentare que resulta difícil protegerse de ellos pues
actúan a muy bajas concentraciones y, por si fuera poco, su efecto
no se produce en el momento de la exposición.
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