sábado, 2 de diciembre de 2017

Dimensiones y vacíos atómicos


La historia de la gradual aceptación de la teoría atómica de la materia por parte de los científicos es admirable, tanto por su origen y la diversidad de hombres que intervinieron, como por el vigor de los debates, tanto por los argumentos que afloraron, como por las consecuencias inesperadas. El modelo atómico surgió de la consideración de tres tipos de problemas: ¿Cuál es la estructura física de la materia, en particular de los gases? ¿Cuál es la naturaleza del calor? ¿Cuál es el fundamento de los fenómenos químicos? Aunque a primera vista parecen cuestiones independientes, la respuesta a todas se obtuvo mediante un conjunto de conceptos comunes agrupados en la teoría  atómica. Es difícil encontrar un ejemplo mejor para mostrar cómo brota una teoría de la labor continuada de generaciones de científicos.
Los químicos han acumulado una enorme cantidad de observaciones sobre la composición de la materia. El modelo que las explica –la materia está formada por átomos- no es un hecho irrefutable, sino una estructura elaborada por la mente satisfactoriamente coherente y compatible con las observaciones. ¿La idea que tiene el profano de un átomo se corresponde con el modelo que postula la ciencia? Primero Demócrito y después John Dalton supusieron que los átomos eran indivisibles; los visualizaban como unas esferitas macizas, análogas a minúsculas bolas de billar. Así los imaginan los profanos todavía hoy: yerran.
Resulta difícil de entender el minúsculo tamaño de los átomos sin recurrir a comparaciones: váyase a una playa si vive en la cosa y si no, imagínesela. Trate de contar los granos de arena: pues bien, hay muchos más átomos en una gota de agua que granos de arena hay en esa playa que visitó. Si ya hemos tensado al máximo la imaginación con la comprensión del tamaño, hemos de hacerlo todavía más porque el noventa y nueve con nueve por ciento de la materia del átomo se concentra en su centro, que ocupa menos de una billonésima del volumen atómico; sí, es difícil de aceptar para el profano que casi toda la masa de una silla, una roca o una moneda llene menos de una billonésima de su volumen y que el resto del espacio se halle ocupado por nubes inestables de electricidad o por la nada absoluta. Por más persuasivos que sean los textos, tales creencias parecen ir en contra de la prosaica evidencia de nuestros sentidos, incluso los químicos encuentran indigeribles tales conceptos. ¡Qué le vamos a hacer!

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