“Ya no es ayer, mañana no ha llegado;
hoy pasa y es y fue, con movimiento
que a la muerte me lleva despeñado.”
Aparto -con cierta saudade- la poesía para fijarme en los procesos bioquímicos que nos conducen a envejecer y morir; porque cuanto más los conozcamos mejor diseñaremos terapias para contrarrestarlos. Envejecemos porque nuestras células envejecen; las células no pueden dividirse indefinidamente, lo hacen hasta un límite concreto (de Hayflick, apellidado), que cuantifica la edad máxima aproximada, ciento veinte años, que, supuestamente, los humanos podemos vivir. Cabe preguntarse entonces por qué envejecen las células antes de llegar al límite. Citaré cuatro factores que los biólogos han vinculado al envejecimiento celular: el estrés oxidativo: las moléculas dañadas por el oxígeno respirado se acumulan en nuestras células, es el precio que pagamos por obtener energía debido a la combustión de los nutrientes con el oxígeno; la inflamación crónica -común al envejecimiento y a las enfermedades más frecuentes-; las alteraciones epigenéticas: reacciones químicas que modifican la actividad de nuestro ADN sin alterar su secuencia; y la senescencia celular. Comentaré esta última. Por varias causas algunas células detienen su ciclo vital, ni se dividen, ni se suicidan, los bioquímicos las llaman células zombis o senescentes. Tales células tienen dañados sus componentes, alterado su metabolismo y liberan sustancias que favorecen la inflamación en su entorno. La senescencia celular no perjudica al organismo cuando se reparan daños o inhiben tumores; pero si se prolonga indefinidamente perjudica al cuerpo y acelera el envejecimiento. Disponemos de datos que lo corroboran: numerosas células senescentes están presentes en enfermedades como la sarcopenia, lipodistrofia o las cataratas, y su eliminación mejora la salud de los enfermos; en la aterosclerosis, la senescencia celular es una señal que inicia la formación de placas de ateroma.
Los biólogos sospechan que existen sustancias -moléculas senolíticas- capaces de anular la inhibición al suicidio que presentan las células senescentes. A comienzos del siglo XXI han iniciado su búsqueda; y ya conocen algunas: la quercetina, contenida en las alcaparras, cebollas, manzanas, arándanos y ciruelas; la fisetina, presente en las fresas, manzanas y cebollas; y algún fármaco como el dasatinib. Quien desdeñe ingerir sustancias evite hábitos como la obesidad, el sedentarismo y el tabaquismo porque favorecen el mantenimiento y el aumento del número de células senescentes. En cualquier caso, sepa el saludable lector que nuestro sistema inmune elimina las células senescentes, pero, para desgracia nuestra, tal capacidad se pierde paulatinamente cuando envejecemos.
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