Hace medio siglo, cualquier español que viajase en automóvil habría observado su parabrisas cubierto de cadáveres de los insectos con los que había chocado. No sucede lo mismo hoy: ninguno vemos. Y no se trata de algo característico de nuestro país, los insectos están desapareciendo del planeta. Estudios efectuados en Alemania y Costa Rica apuntan a que se ha perdido entre el setenta y el noventa por ciento de la biomasa de insectos en los últimos cuarenta años; ello quiere pedir que no sólo desaparecen especies, sino que también se reduce el número de individuos de una misma especie. Y aunque alguien argumente que se trata de resultados locales, recuentos globales recientes demuestran que cuatro de cada diez especies se halla en declive y tres de cada diez se halla en riesgo de extinción. El peligro afecta a todos los grupos, pero los más amenazados son los escarabajos, las polillas, las mariposas, las abejas y los tricópteros (insectos nocturnos que viven cerca de los cursos de agua). En conclusión, los entomólogos han observado que la extinción de los insectos es ocho veces superior a la que afecta a los animales vertebrados.
Se conocen las causas. La destrucción de los hábitats, dicho con palabras menos técnicas, los lugares donde viven y se reproducen insectos se convierten en campos de cultivo, terrenos industriales o regiones urbanas: ya sean humedales transformados en sembrados de arroz, herbazales convertidos en trigales o bosque talados y mutados en campos de soja. La contaminación del aire, de las aguas y del suelo también contribuye a la desaparición de los insectos; sustancias tóxicas como insecticidas que no sólo matan a los insectos que dañan los cultivos, sino también a mariquitas, abejas y avispas parásitas beneficiosas para la agricultura; o herbicidas que eliminan plantas silvestres que proporcionan alimento a insectos beneficiosos; o los vertidos industriales y residuos sólidos urbanos, que contaminan las aguas fluviales y los lagos, y eliminan a insectos acuáticos. La introducción, accidental o deliberada, de organismos foráneos y el cambio climático intervienen también en la reducción de las poblaciones de insectos. El último comentario se lo dedicamos a las abejas que, además de proporcionarnos miel, polinizan plantas que nos alimentan; los virus y los patógenos las han atacado desde siempre, pero no causaron la mortalidad actual, el calentamiento del clima y el envenenamiento con insecticidas debilitan su organismo que, entonces, no resiste la infección.
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