La bella mancha lechosa que cruza el cielo de este a oeste es un majestuoso espectáculo que puede contemplarse en las noches estivales. Se trata de la Vía Láctea, nuestro hogar cósmico, una entre las centenares de miles de millones de galaxias que alberga el universo. A lo largo y ancho de toda nuestra galaxia se hallan los invisibles agujeros negros remanentes de estrellas -cuya masa está comprendida entre tres y decenas de veces la masa del Sol-; los agujeros negros supermasivos, cuya masa supera las cien mil masas solares y puede alcanzar los miles de millones, se encuentran en los centros de las grandes galaxias, incluida la nuestra. ¿No existen los agujeros negros de masa intermedia, entre cien y decenas de miles de masas solares? Aunque hay dudas sobre su existencia, ya se identificaron algunos candidatos: se observó la fusión de dos agujeros negros, que creó un único agujero negro cuya masa es ciento cuarenta y dos soles.
La Vía Láctea probablemente contiene cien millones de agujeros negros de masa estelar. ¿Hay alguno de estos monstruos gravitatorios cerca de nosotros? Si bien son difíciles de encontrar, porque son negros e invisibles; cabe señalar que tienen gravedad y, por tanto, si una estrella está cerca, le quitan gas; gas que cae en el agujero negro y al hacerlo se calienta y emite radiación de alta energía. Los astrónomos han detectado más de cincuenta de tales objetos en la Vía Láctea; y es probable que nuestra galaxia contenga decenas de miles de estrellas con un agujero negro como compañero.
Existe otra posibilidad, si la estrella compañera del agujero negro se halla lejos: la estrella permanece inalterable, el agujero negro se mantiene inactivo y es más difícil de detectar. Los investigadores tiene que buscar estrellas oscilantes cuyo movimiento se deba a un compañero invisible. Los astrónomos descubrieron de esta manera un candidato a agujero negro, a mil quinientos setenta años luz de distancia, que llamaron Gaia BH1: se trata de un agujero negro diez veces más masivo que el Sol, que acompaña a una estrella semejante a la nuestra. Quizá sea el más cercano a nosotros; aun así, la luz que hoy recibimos de la estrella salió de ella, aproximadamente, cuando murió Atila, el huno que invadió el imperio romano poco antes de su caída: así de enormes son las distancias que nos separan de las estrellas.
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