sábado, 29 de octubre de 2016

Icneumónidos, sorprendentes formas de vida


Aborrezco el cine de terror; conozco las catástrofes que pueden amenazar a la humanidad y las desgracias que pueden afectar a un individuo concreto como para disfrutar con monstruos imaginarios, más aún, considero que tales películas me ensucian la mente. Nunca las veo, ¿nunca? Casi. Me permito excepciones, como “Psicosis” de Alfred Hitchcock o “Alien, el octavo pasajero” de Ridley Scott. Esta última se inspira en los animales parasitoides, un modo de vida intermedio entre un parásito y un depredador: los parasitoides consumen a un animal vivo hasta matarlo. Un icneumónido –semejante a una avispa- pone sus huevos dentro del cuerpo de otro insecto, al que antes paraliza, para que sus crías lo devoren poco a poco. Por suerte, no existen parasitoides de vertebrados; pero abundan entre los insectos -aproximadamente una de cada diez especies son parasitoides-, y casi no hay especie que no pueda ser víctima de alguno. Los parasitoides -la mayoría, avispas- son más específicos que los depredadores y se dispersan en busca de sus presas, a diferencia de los parásitos; razones por las que resultan buenos agentes para el control biológico de las plagas de insectos.

Por si algún lector cree, como Charles Darwin, que “No puedo persuadirme de que un Dios benevolente y omnipotente hubiera creado intencionadamente los icneumónidos con la intención expresa de que se alimentasen de los cuerpos vivos de orugas” recordaré los daños que causan las plagas. Las bandadas de langosta arruinan la agricultura de extensas comarcas; las larvas de escarabajos engullen las raíces de las hortalizas; no hay preciosas mariposas sin voraces orugas devoradoras de hojas; las cochinillas destrozan los frutales; las larvas de los escólitos, las abejas carpinteras y los barrenillos -escarabajos xilófagos- se alimentan de la madera de los árboles de nuestras viviendas, muebles y postes; lo mismo sucede con las termitas, que no sólo comen madera, sino también libros y vestidos; y con la carcoma y las polillas comedoras de lana. Todavía hay más: el escarabajo de la patata, la filoxera de la vid, los pulgones, el gusano de la manzana, la polilla de la harina, la oruga del guisante, el gorgojo de las judías. No me olvido de las pulgas que provocan la peste, ni de los piojos del cabello o de la ingle, ni de las chinches, las moscas y mosquitos, entre ellos el que transmite la malaria. Espero que esta escueta lista haya contribuido a vencer los escrúpulos del bondadoso lector.

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