Los glaciares constituyen magníficos laboratorios donde el
estudioso puede aprender geología. La compactación del hielo en los glaciares se
parece al metamorfismo de las rocas, porque en ambos procesos se forma un material
compacto a partir de uno ligero, cercano al punto de fusión. El flujo del glaciar, permitido por la proximidad del hielo a su punto de fusión, es
similar al flujo de las rocas en el manto terrestre, aunque uno sea causado por
la convección y el otro por la gravedad. El comportamiento frágil o dúctil de
las rocas también se asemeja al hielo: quebradizo cuando experimenta un
esfuerzo repentino, plástico bajo un esfuerzo prolongado que no supera el
límite de rotura.
La manera en que se compacta la nieve en los glaciares merece una aclaración. El hielo se forma
por la transformación paulatina de la nieve (cuya densidad oscila entre el diez
y el veinte por ciento del agua líquida) debido a su compactación, pérdida de
aire intersticial y formación de cristales. En un glaciar de montaña, el hielo presenta
cierta opacidad porque nunca llega a expulsar todo el aire: se trata de hielo
blanco (cuya densidad llega al noventa por ciento del agua líquida); pero bajo
los casquetes polares el hielo pierde todo su aire intersticial adquiriendo
gran transparencia: se forma el hielo azul (cuya densidad alcanza el noventa y
dos por ciento del agua líquida).
¿Dónde
buscar estos magníficos laboratorios geológicos? Los climatólogos saben que,
ateniéndose a la temperatura actual del planeta, la zona de formación de
glaciares se sitúa al nivel del mar en las regiones polares y a cinco mil metros
de altura en el ecuador. Pero la mayor cantidad de hielo terrestre no se
encuentra ni en los glaciares ni en la banquisa, la capa de hielo de pocos
metros de espesor que cubre los océanos polares, sino en los casquetes
glaciares, las grandes acumulaciones de hielo de hasta cuatro kilómetros de
espesor que ocupan la Antártida y Groenlandia. No permanece estático: el hielo del
centro fluye –emite lenguas- hacia la periferia, alcanzando una velocidad de
varios metros diarios, y su movimiento se asemeja al deslizamiento de la arena
en una montaña de arena.
El glaciar piedemonte más grande de América del Norte se llama Malaspina, en honor a Alejandro Malaspina, jefe de la expedición que allí llegó por
primera vez. Pioneros españoles en Alaska y en el año 1791. ¡Quién lo iba a
decir!
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