Año
1910: ningún pie humano ha hollado el polo sur. Un inmenso desierto blanco con
temperaturas que pueden bajar a ochenta y nueve grados bajo cero y vientos que
alcanzan doscientos o trescientos kilómetros por hora espera a los aventureros
que osen pisarlo. Dos equipos compiten por el prestigio de llegar los primeros:
el encabezado por el noruego Roald Amundsen y el del inglés Robert Scott.
Amundsen confía su vida a unos perros adiestrados y los animales no le fallan: en
diciembre de 1911 alcanza el polo austral. Scott confiaba más en la tecnología:
llegó unas semanas más tarde.
Contribuyó
al fracaso de Scott la ignorancia de las características del estaño que, en la
naturaleza, se presenta de dos maneras: como estaño blanco, con el que se
trabaja y como estaño gris, un polvo que para nada sirve. El combustible
líquido de la expedición se transportaba en recipientes soldados con estaño
blanco que, a causa del intenso frío, se convirtió en estaño gris: los
recipientes se desoldaron y se derramó el combustible. Hoy sabemos que la transformación
-apellidada peste del estaño- se produce cuando la temperatura desciende de
trece grados centígrados (aunque admite disminuciones de veinte o treinta
grados).
La
existencia de variedades de un mismo elemento y su transformación recíproca
tienen una enorme importancia industrial. A la temperatura del ambiente cada
átomo del hierro está rodeado por ocho átomos, en cambio a una elevada
temperatura por doce; ambos sólidos son muy distintos pues el primero es blando
y el otro, duro. ¿Se podría conseguir el segundo a la temperatura del ambiente?
Sí, mediante el templado, un procedimiento metalúrgico habitual. El hierro se
calienta al rojo y a continuación se sumerge en agua o aceite; el rápido enfriamiento
impide que la estructura de alta temperatura tenga tiempo para transformarse, y
por ello se mantiene en condiciones impropias. Quizá el experto lector alegue
que el hierro puro no se puede templar: tiene razón, se templa el acero, o sea,
hierro con un pequeño porcentaje de carbono; el carbono obstaculiza la
transformación del hierro duro en hierro blando.
Además
del estaño y del hierro, otros elementos químicos -el azufre rojo y amarillo o
el fósforo blanco y rojo- muestran estructuras químicas diferentes, una
característica que los científicos nombran alotropía; y que se manifiesta con
esplendor en el carbono: tanto el grafito de los lapiceros como el diamante de
una corona constan de átomos de carbono unidos de diferente manera. ¡No lo
parece!
1 comentario:
Estimado amigo
Efectivamente, el grafeno, además del diamante y grafito, es un alótropo del carbono. Con los átomos de carbono pueden sintetizarse los fullerenos; también el carbono se presenta en la naturaleza como amorfo; y aun existen otras formas del carbono que no voy a mencionar.
Saludos
Epi
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