Nombras
el árbol, niña.
Y
el árbol crece, lento y pleno,
anegando
los aires...
Nombras
el cielo, niña.
Y
el cielo azul, la nube blanca,
la
luz de la mañana,
se
meten en el pecho...
Nombras
el agua, niña.
Y
el agua brota, no sé dónde,
baña
la tierra negra,
reverdece
la flor, brilla en las hojas...
No
dices nada, niña.
Y
nace del silencio
la
vida en una ola
de
música amarilla...
Acierta
el poeta Octavio Paz. El silencio está preñado de vida: de inaudibles ultrasonidos
de murciélagos y delfines, de inaudibles infrasonidos de tigres y elefantes, incluso
-y ya es el colmo- de fantasmas. Comprobémoslo.
El
doctor Richard Lord produjo infrasonidos (sonidos cuyas frecuencias bajan de
veinte hertzios) y comprobó su efecto en las setecientas cincuenta personas que
asistieron a una sala de conciertos en Londres. Después de la interpretación de
cuatro piezas, alguna con infrasonidos, pidió a los asistentes que describieran
sus reacciones a la música. La audiencia ignoraba qué piezas contenían infrasonidos,
pero el veintidós por ciento describió experiencias excepcionales cuando la
música los incluía. Sintieron inquietud, repulsión, temor, ansiedad, pena, también
escalofríos, temblor en las muñecas, efectos en el estómago y aumento del ritmo
cardíaco; sensaciones que, probablemente, se deben a la estimulación del
sistema límbico (sede cerebral del control de las emociones) por los inaudibles infrasonidos. Basándose en estos resultados el profesor Richard Wiseman, psicólogo
en la Universidad de Hertfordshire (Inglaterra), plantea una interesante
hipótesis: los infrasonidos podrían estar presentes en los sitios supuestamente
embrujados, y ser la causa de las extrañas sensaciones que las personas atribuyen
a los fantasmas.
En
el año 1998, Vic Tandy (de la Universidad de Coventry, Inglaterra) publicó un
relato en el que contaba una experiencia que le había sucedido en su
laboratorio: vi una cosa gris venir hacia mí, parecía estar entre la puerta y
yo, así que lo único que podía hacer era girar y hacerle frente; pero la
aparición desapareció; sin embargo, reapareció en una forma diferente al día
siguiente. El experimentador demostró que un ventilador, que produce
infrasonidos de dieciocho hertzios con noventa y ocho centésimas, provocaba
ilusiones ópticas al resonar en los líquidos oculares; las ondas inducían la
percepción de movimientos en los costados del campo visual: figuras amorfas y
grises de muy baja calidad, que parecen sombras. Deduzca ahora el lector
inteligente: si un sujeto cree en fantasmas… asociará las figuras percibidas a
un fantasma.
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