Hombres
sabios ya fallecidos recopilaron viejas historias y las escribieron de nuevo,
combinándolas con relatos de viajes; una de ellas cuenta el peregrinaje de Jasón
en busca del vellocino de oro, otra el retorno de Ulises a su hogar, y una
última, el trayecto de Teseo para matar al Minotauro. Periplos que pueden
confundirse con los itinerarios de las constelaciones, de la doncella y el
toro, del león y el arquero, del escorpión y el escanciador, de sus repetidos
ascensos sobre el horizonte y de sus caídas. Sí, desde que un humano abandonó
su hogar, levantó la vista al cielo y navegó hacia lo desconocido se ha orientado
por las estrellas.
¿Y
las aves? ¿Cómo se orientan las aves? Para
emigrar a través del globo las golondrinas, estorninos, gaviotas o palomas no
sólo utilizan información procedente del Sol, la Luna y las estrellas, sino
también del campo magnético terrestre, a todos los efectos es como si llevaran
una brújula magnética incorporada. ¿Qué datos disponemos para efectuar esta
temeraria afirmación? Bill Keeton comparó la habilidad de dos grupos de palomas
mensajeras para volver al palomar: en uno, colocó unas placas inertes de latón en
la cabeza de los animales, en el otro, placas de material ferromagnético
(inutilizan un sensor magnético); en un día nublado (que excluye la orientación
por el Sol) regresaron las que tenían latón; en un día soleado todas. En
experimentos posteriores se sustituyeron las placas por un dispositivo capaz de
generar un campo magnético variable: los investigadores comprobaron que la
dirección del vuelo dependía de la dirección del campo magnético artificial. Las
observaciones de los participantes en competiciones colombófilas confirman la
sensibilidad magnética de las palomas: durante las tormentas geomagnéticas sólo
un pequeño porcentaje de las aves regresa al palomar. Los biofísicos han
establecido dos posibles mecanismos capaces de detectar el magnetismo terrestre:
o bien existen sensores en el pico del animal que contienen partículas de
magnetita –un material magnético- o bien existen moléculas (criptocromos) en
los ojos que convierten la señal magnética en señal visual; Henrik Mouritsen y
sus colaboradores han demostrado que ambas hipótesis son correctas: las aves
migratorias poseen dos sentidos magnéticos y con uno de ellos ven literalmente
el campo magnético.
No,
no son inútiles los conocimientos que adquirimos al efectuar estos experimentos,
podrían ayudarnos a entender los cambios que el magnetismo causa en las moléculas
y células: un saber valiosísimo para quienes a diario recibimos gran
cantidad de radiación electromagnética: radio, televisión, teléfonos móviles...
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