Durante
siglos los relatos de los navegantes han aludido a las olas gigantes: muros
casi verticales precedidos de un profundísimo seno, un agujero en el mar, auténticos
monstruos marinos de treinta metros (aproximadamente la altura de un edificio
de doce pisos), que aparecían sin previo aviso en el océano, a menudo en buenas
condiciones atmosféricas. El barco que se encontrara con una, probablemente naufragaría.
Los oceanógrafos negaban la veracidad de tales narraciones, las consideraban
leyendas: una tormenta en alta mar produce olas de siete metros de altura, que
en condiciones extremas pueden alcanzar quince; los modelos matemáticos
indicaban que olas mayores eran sucesos raros, acontecimientos que ocurrían una
vez cada diez mil años. Erraron.
El
1 de enero de 1995 se midió y confirmó, por primera vez, una ola gigante en el
Mar del Norte. Más tarde, en 2001, los imágenes de los satélites de la ESA han
demostrado que olas de hasta treinta metros de altura son un fenómeno natural más
frecuente –un centenar y medio cada año- de lo que la teoría había predicho. Y
ya se han catalogado varias: en el Atlántico sur, los buques Bremen y
Caledonian Star soportaron una ola de treinta metros aproximadamente en 2001;
una ola de veintisiete metros fue registrada por una boya en el Golfo de México
en 2004; el buque Norwegian Dawn detectó tres olas seguidas, una de veintiún metros,
frente a la costa de los Estados Unidos en 2005; al norte de Santander (España),
otra boya registró una ola de veintiséis metros en 2009. Las olas gigantes no guardan
relación con el estado del mar, aparecen espontáneamente; y no deben
confundirse con los tsunamis (que son generados por terremotos, no suponen
riesgo para la navegación y sólo se vuelven peligrosos cerca de la orilla). Desconocemos
por qué se producen y su localización… todavía.
¿Afecta
la existencia de olas gigantes a la seguridad de la navegación? Los barcos y
las plataformas están construidos para soportar olas cuya altura no exceda los
quince metros, incluso algo más (sobre veinte), y resistir presiones de ciento
cincuenta mil pascales sin daño; pero con un millón aproximado de pascales, la
presión ejercida por el peso del agua de una ola de treinta metros, el
naufragio se vuelve inevitable. Los expertos saben que durante las últimas dos
décadas, se hundieron más de doscientos superpetroleros y supercontenedores por
causas desconocidas; quizás las olas gigantes fueron responsables.
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