sábado, 15 de marzo de 2014

Olas gigantes, ¿leyenda o realidad?


Durante siglos los relatos de los navegantes han aludido a las olas gigantes: muros casi verticales precedidos de un profundísimo seno, un agujero en el mar, auténticos monstruos marinos de treinta metros (aproximadamente la altura de un edificio de doce pisos), que aparecían sin previo aviso en el océano, a menudo en buenas condiciones atmosféricas. El barco que se encontrara con una, probablemente naufragaría. Los oceanógrafos negaban la veracidad de tales narraciones, las consideraban leyendas: una tormenta en alta mar produce olas de siete metros de altura, que en condiciones extremas pueden alcanzar quince; los modelos matemáticos indicaban que olas mayores eran sucesos raros, acontecimientos que ocurrían una vez cada diez mil años. Erraron.

El 1 de enero de 1995 se midió y confirmó, por primera vez, una ola gigante en el Mar del Norte. Más tarde, en 2001, los imágenes de los satélites de la ESA han demostrado que olas de hasta treinta metros de altura son un fenómeno natural más frecuente –un centenar y medio cada año- de lo que la teoría había predicho. Y ya se han catalogado varias: en el Atlántico sur, los buques Bremen y Caledonian Star soportaron una ola de treinta metros aproximadamente en 2001; una ola de veintisiete metros fue registrada por una boya en el Golfo de México en 2004; el buque Norwegian Dawn detectó tres olas seguidas, una de veintiún metros, frente a la costa de los Estados Unidos en 2005; al norte de Santander (España), otra boya registró una ola de veintiséis metros en 2009. Las olas gigantes no guardan relación con el estado del mar, aparecen espontáneamente; y no deben confundirse con los tsunamis (que son generados por terremotos, no suponen riesgo para la navegación y sólo se vuelven peligrosos cerca de la orilla). Desconocemos por qué se producen y su localización… todavía.

¿Afecta la existencia de olas gigantes a la seguridad de la navegación? Los barcos y las plataformas están construidos para soportar olas cuya altura no exceda los quince metros, incluso algo más (sobre veinte), y resistir presiones de ciento cincuenta mil pascales sin daño; pero con un millón aproximado de pascales, la presión ejercida por el peso del agua de una ola de treinta metros, el naufragio se vuelve inevitable. Los expertos saben que durante las últimas dos décadas, se hundieron más de doscientos superpetroleros y supercontenedores por causas desconocidas; quizás las olas gigantes fueron responsables.

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