Invierno
del año 2014: una borrasca tras otra asola Europa y la ciclogénesis se
convierte en una palabra de uso habitual. ¿Qué significa tan enrevesado
término? Los meteorólogos lo usan para referirse a un habitual proceso de formación
de borrascas; si al sustantivo le añaden el adjetivo explosiva quieren indicar
que el fenómeno sucede en poco tiempo. Antes de elucidar su causa debo hacer
algunas aclaraciones. Una borrasca es una región donde la presión atmosférica presenta
un valor inferior al del aire de los alrededores. El avisado lector ya habrá
adivinado sus efectos: vientos fuertes, cielos nubosos y precipitaciones. Los
expertos saben que las borrascas del norte de España -y de la zona templada de
nuestro planeta, en general- se forman en el frente polar, el lugar donde el
aire frío que viene del polo choca con el aire caliente que llega del trópico;
si el contraste térmico entre ambas masas de aire es grande, el ascenso del
aire caliente se vuelve más rápido, y por ello los vientos se tornan más
intensos y las borrascas más potentes. Aventuro una hipótesis para explicar el
hecho: el rápido cambio climático que está ocurriendo en nuestro planeta
ralentiza -y puede llegar a parar, como ya
sucedió otras veces- la cinta transportadora oceánica (la corriente termohalina,
en otras palabras) que distribuye el calor por todo el planeta. En cualquier caso,
el calor se reparte peor en todo el globo terrestre, lo que entraña que los
contrastes térmicos sean más fuertes. ¡Y esto constituye la rareza actual!
Dejemos
ahora volar la imaginación. Fantasee el lector con una tormenta de radio
comparable al de la Tierra, con vientos de seiscientos kilómetros por hora, rayos
cien veces más potentes y activa desde hace más de trescientos años. No se trata del
producto de una imaginación desbocada: los físicos han comprobado que tal
tormenta existe en Júpiter, y que podría acaecer en la Tierra si la
meteorología actual se desbaratase mediante un efecto invernadero disparado.
¿Cómo? Liberándose a la atmósfera el metano que permanece retenido en los
suelos helados y en el fondo de los mares. ¿Es posible? Sí. ¿Probable?
Esperemos que no. Esperemos que… vuelen los estorninos y los vencejos, una
urraca blanca y negra salte de piedra en piedra mientras una alondra silba
sobre los sembrados. Se extiende una tenue cinta de niebla casi imperceptible y
un vientecillo corre sobre el campo: el aire está limpio, lúcido, transparente,
diáfano.
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