En
cada vegetal un misterio, en cada animal un hechizo, en cada corazón un grito
de súplica, una pena de amor, un brote de esperanza en el manto de la noche: y
el diablo anda suelto en cualquier esquina.
Sí,
la vida se muestra siempre terriblemente ambigua. Para algunos, la marihuana (o
hachís) evoca embriagados absortos, para otros es sinónimo de placentera serenidad; a los enfermos de cáncer les ayuda a soportar las náuseas que provoca la
quimioterapia, a los sufridos dolientes les alivia el dolor crónico. La
historia del cáñamo, la planta de la que se extrae la marihuana, es milenaria,
sin embargo, cada cultura lo ha usado con fines distintos: los antiguos chinos,
igual que griegos y romanos, lo utilizaron para fabricar cuerdas y tejidos; en
la India se incorporó a los rituales religiosos, en Egipto se consumía por sus
propiedades embriagadoras, de ahí pasó a Europa y América. En la actualidad millones
de contemporáneos la fuman o ingieren debido a sus efectos embriagadores, a
menudo comparados con la euforia que produce el alcohol. Por un lado, el hábito
de fumar el hachís conlleva peligros para la salud similares a los del
tabaquismo, por otro, los efectos medicinales son innegables: alivia el dolor y
la ansiedad, evita la muerte de neuronas lesionadas, acaba con los vómitos y
estimula el apetito. En dosis elevadas la marihuana produce alucinaciones en
algunos sujetos, en otros, somnolencia, en todos, merma la memoria de corto
plazo, las capacidades cognitivas y disminuye la coordinación motora; sin
embargo, parece que los daños son reversibles y que el organismo se recupera
una vez eliminada la droga.
En
1964 los químicos encontraron el principio activo del cáñamo, se trata del delta
nueve tetrahidrocannabinol, el enrevesado nombre del compuesto químico no
impide que cualquiera de nosotros, cualquiera que sea su personalidad, tenga en
su cerebro unas sustancias similares: los endocannabinoides. La investigación de
esta nueva categoría de mensajeros químicos neuronales ha proporcionado un resultado
inesperado: los neuroquímicos han hallado un nuevo sistema de transmisión de
señales en el cerebro, la señalización retrógrada; los endocannabinoides operan
en sentido inverso a la transmisión del impulso nervioso. Se encuentran en varias regiones cerebrales, y semejante ubicuidad explica la diversidad de sus
efectos. El conocimiento de su mecanismo de acción probablemente nos
proporcionará mejores tratamientos para el dolor, la ansiedad, las náuseas o el
apetito; además, su presencia en zonas asociadas a la cognición nos recuerda que
aún nos queda mucho por aprender sobre estos singulares mensajeros.
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