La
lectura de Yo, el rey, un libro
escrito por Juan Antonio Vallejo-Nágera, me ha proporcionado un inesperado motivo
de reflexión: la emperatriz Josefina, esposa de Napoleón, se angustiaba y
sufría enormemente debido a sus escasos y podridos dientes. Sí, el dolor, la
fealdad y el apestoso olor de la boca tanto del pueblo llano como de ilustres
personajes fueron habituales en la antigüedad. No sucede lo mismo con nuestros
contemporáneos. ¿A qué se debe nuestra buena salud dental? A la terapéutica odontológica
y a la higiene, sin duda. Ahora bien ¿son igualmente útiles los dentífricos?
Antes
de la argumentación debo aclarar que la principal causa de caries es la placa
dental (que puede convertirse en sarro), una acumulación de microbios incluida
en una matriz orgánica, que se deposita sobre los dientes o las encías. Fijémonos
ahora en la composición de un dentífrico cualquiera. La mayor parte -entre la
mitad y la tercera parte- es agua: comprensible porque el fabricante la vende
al precio de la pasta. Le sigue en abundancia un abrasivo (carbonato cálcico,
sílice o bicarbonato sódico) que, si bien ayuda a deshacer la placa, también desgasta
el esmalte dental. Para impedir que la pasta se seque se le añade un humectante
como el sorbitol o glicerol; y ya se ha completado el noventa y cinco por
ciento, aproximadamente, del dentífrico. Añadámosle un espesante, como la goma
de celulosa, la goma de tragacanto o la carragenina para evitar que el abrasivo
sedimente; y un imprescindible detergente (el lauril sulfato de sodio, el más
usado), que desnaturaliza las proteínas y posee acción anti-placa: el gusto
amargo del mejunje se enmascara con un edulcorante, uno de fuerte sabor a menta,
por ejemplo. Aún no he acabado. Un antiséptico (clorhexidina o triclosán) resulta
indispensable. ¿Qué presenta adversos efectos secundarios? Ignorémoslos. Se
completa la operación de camuflaje con colorantes (la vista también cuenta),
conservantes del tubo (tal vez el carcinógeno formaldehido o el benzoato sódico
cuya salubridad no está plenamente comprobada), blanqueadores, flúor
(neurotóxico para los infantes), y alguna otra sustancia más que el avisado fabricante
se habrá encargado de anunciar.
En
resumen, estoy convencido de que la limpieza de la dentadura beneficia la
salud, sin embargo, no encuentro pruebas convincentes de que el dentífrico
presente más ventajas que un cuidadoso cepillado con el agua del grifo. Escéptico
lector infórmese y desconfíe… tanto de los fabricantes de productos que
explotan su ignorancia y credulidad, como de los comentarios escritos en un
blog por un inexperto en odontología.
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