Hace más de un cuarto de siglo la revista
El Correo, de la Unesco, nombraba a los seis microbiólogos más destacados de la
historia. Señalemos, siquiera brevemente, los méritos de cada uno. Leeuwenhoek
inventó el microscopio, que reveló un nuevo mundo a los humanos; Pasteur
identificó a los microbios como los temibles agentes productores de
enfermedades; Koch, además de señalar al asesino silencioso que mataba a los
tuberculosos, elaboró los fundamentos de la microbiología como ciencia;
Flemming descubrió la penicilina, inmejorable verdugo de bacterias, no necesita
más alabanzas; Mechnikov se empeñó en asegurar que nuestro organismo contenía
células que se alimentaban de microbios: sin saberlo, había inventado la
inmunología. Me resulta singularmente simpático el sexto microbiólogo, Finlay,
compatriota cuando Cuba era territorio español.
Durante mucho tiempo Carlos Finlay se
dedicó a observar los hábitos y conducta
de los mosquitos –inusitada afición-: unos, los introducía en tubos de ensayos
para espiarlos en cautiverio; otros, los dejaba que se movieran libremente en
un cuarto. Estudió más de seiscientas especies antes de concluir que la hembra
del mosquito Aedes aegypti era el agente trasmisor de la fiebre amarilla. En
1881, el médico cubano propuso, ante la Conferencia Sanitaria Internacional,
que un agente intermediario transmitía la fiebre amarilla, una grave enfermedad
que nadie sabía cómo se propagaba. ¿Un agente intermediario? ¿Es eso posible?
¿Qué agente? ¿Por qué? Nadie lo creyó. Comprobó su hipótesis experimentando con
voluntarios; sin embargo, durante veinte años sus postulados fueron ignorados.
Predominó el escepticismo hasta que, terminada la Guerra Hispano-Cubana, una
comisión médica norteamericana comprobó, en el 1900, que la teoría de Finlay
era cierta. Afortunadamente, a partir de ese año se adoptó el plan del médico
cubano para erradicar la enfermedad: "las larvas de los mosquitos pueden
ser destruidas en los pantanos, pequeñas acumulaciones de aguas, en los
excusados y donde quiera que se encuentren aguas estancadas". Las autoridades
sanitarias, por fin, habían declarado la guerra a los mosquitos. ¿Consecuencia?
En el 1905 la fiebre amarilla quedó erradicada de la Habana, en el 1909 de toda
Cuba, y hasta el propio canal de Panamá pudo acabarse sin muchos muertos.
Siete veces eminentes científicos
propusieron a Carlos Finlay como candidato al Nobel: no se lo otorgaron. La
postura de los norteamericanos a favor de Walter Reed (que si bien había
verificado la teoría de Carlos Finlay, pretendió adjudicarse el descubrimiento)
frustró las ansias de quienes valoraban el enorme talento del cubano.
1 comentario:
Estimada amiga
La fiebre amarilla es una enfermedad vírica, endémica de las regiones tropicales de África y América, que tiene vacuna pero no se le conoce cura.
Causa treinta mil muertes al año: no es para desentenderse de esta grave enfermedad.
Cordiales saludos
Epi
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