Durante
un exquisito almuerzo, debatía con varios comensales sobre las virtudes de la
comida biológica. Es verdad, como argumentaban mis oponentes, que tanto los
aminoácidos, como las grasas, vitaminas o azúcares sintéticos no se diferencian
en nada de los naturales. Mis razones se fundamentan no en lo que tienen los
productos naturales, sino en lo que no tienen; y carecen –o al menos su
cantidad es mínima- de aditivos, o dicho con otras palabras no contienen aromatizantes,
colorantes, conservantes, antioxidantes, acidulantes, edulcorantes, espesantes,
saborizantes o emulsionantes. El escritor no ignora que los conservantes matan
la peligrosa bacteria causante del botulismo; pero también sabe que algunos aditivos
autorizados ayer, se prohíben hoy porque perjudican la salud. Los aditivos
alimentarios (un negocio mundial de veinte mil millones de euros anuales) están
presentes en casi todos los productos comestibles industriales, en España
existen unos trescientos autorizados. ¿Tiene algún valor nutritivo la adición
de colorantes a un alimento? Los países nórdicos han prohibido casi todos los
colorantes sintéticos, Estados Unidos autoriza nueve… España veintitrés, quizá
alguno más. Y no he mencionado los restos de plaguicidas agrícolas que permanecen
en los productos comestibles; cierto que en cantidades minúsculas, pero no es
menos cierto que se ignora la toxicidad a largo plazo de las cantidades mínimas
de muchos, sino de todos los plaguicidas empleados en la moderna agricultura
industrial.
Un
caso concreto, fijémonos en un producto de la industria alimentaria. El surimi -en
japonés músculo de pescado picado- es la materia prima para la elaboración de los
palitos de pescado, los sucedáneos de angulas y las imitaciones del marisco,
tales como los palitos de cangrejo y las colas de langosta. Para su obtención
se utilizan los restos procedentes del proceso de fileteado y las especies de
pescado de escasa salida comercial y bajo coste; los peces se limpian para
eliminar las escamas, la piel, las vísceras y la sangre; se consigue así una
pasta de músculo que aporta proteínas de alto valor nutricional. A
continuación, y según el producto que se pretenda lograr, se añaden diferentes
aditivos: azúcares, fosfatos, aglutinantes (almidones, proteína de soja,
caseinatos), potenciadores de sabor (glutamato sódico), conservantes (sal,
ácido sórbico), saborizantes, grasas y, como el músculo de pescado blanco no
tiene el color rosado del cangrejo, colorantes (rojo cochinilla y carotenoides)
para imitarlo; el rojo de la parte externa se logra con pimentón y el naranja
con tartracina. Si al lector sibarita le gusta la manufactura sólo me queda
desearle salud y ¡buen provecho!
No hay comentarios:
Publicar un comentario