En septiembre de 1859, se produjo una de las tormentas solares más potentes de los últimos siglos. El estallido bombardeó la Tierra con los protones más energéticos de la segunda mitad del milenio, indujo corrientes eléctricas que incendiaron oficinas de telégrafos y ocasionó auroras boreales sobre Cuba y Hawái. ¿Cuándo sucederá de nuevo?
En 1859, las consecuencias de la erupción solar fueron un día o dos sin mensajes telegráficos y muchos perplejos observadores contemplando el cielo en las regiones tropicales. En el siglo XXI, la situación sería más grave; nuestra sociedad depende de la alta tecnología. El Sistema de Posicionamiento Global (GPS), los satélites de comunicaciones o las redes eléctricas son vulnerables a las tormentas solares: las corrientes eléctricas que fluirían por el suelo producirían apagones en todos los continentes, que podría durar semanas o incluso meses, el tiempo que necesitasen los ingenieros para reparar los transformadores dañados; inútiles los aparatos GPS, los barcos y los aviones no podrían navegar; sin funcionar las redes bancarias y financieras, el comercio mundial se trastornaría. Según un informe de la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU., una poderosa tormenta solar, como las que ocurren una vez cada siglo, tendría el mismo impacto económico que veinte huracanes de máxima intensidad (recuerde el lector olvidadizo la catástrofe ocasionada por el Katrina en EE.UU.). Y no podemos olvidar que los astronautas están expuestos rutinariamente a más radiación que los trabajadores en la Tierra; las alertas sobre las condiciones del tiempo en el espacio aumentarían su seguridad.
Afortunadamente ya es posible rastrear las tormentas solares y emitir alertas para proteger las redes de energía eléctrica y otros dispositivos durante los períodos de actividad solar extrema (desconectando un transformador durante unas horas, por ejemplo). Para hacerlo, los científicos utilizan los datos recogidos por las naves espaciales en órbita alrededor del Sol. Unas horas después de una magna erupción, los ordenadores producen una película tridimensional que muestra hacia dónde se dirige la tormenta, qué planetas serán golpeados y cuándo ocurrirá el impacto.
El escritor, que no es supersticioso, pero sí es algo malévolo con los crédulos, recuerda que la tormenta solar de 1859 ocurrió en la víspera de un ciclo solar de intensidad inferior a la media; y sabe que, a mediados de 2011, el Sol se encuentra en la víspera de un ciclo solar que probablemente será de intensidad inferior a la media…
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