sábado, 16 de junio de 2012

El dilema del prisionero

     La ayuda mutua consiste en un intercambio de acciones altruistas en las que el beneficio supera al costo. ¿Por qué se produce ese comportamiento? Después de todo una de las partes ganaría si se quedase con la fracción que le correspondiese aportar. ¿En qué casos debe cooperar un individuo con otros? ¿Cuándo traicionarlos para obtener ventaja? El mundo humano, y también el animal, está lleno de conductas de ayuda recíproca. Resulta paradójica la ubicuidad de la cooperación, porque ¿qué impide a los mutualistas convertirse en parásitos? ¿Por qué contribuir al esfuerzo colectivo en vez de aprovecharse de los demás? El altruismo entre parientes se explica recurriendo a la genética; pero no sucede lo mismo entre individuos no emparentados.

     El experimento titulado el dilema del prisionero resulta fácil de estudiar. Dos participantes tienen que decidir si cooperarán o delatarán: si ambos cooperan reciben tres puntos cada uno, si ambos delatan reciben uno cada uno, pero si uno coopera y el otro delata, el delator recibirá cinco y el cooperante nada. ¿Qué hacer? El análisis lógico del juego nos asegura que la mejor jugada es defraudar siempre, sin tener en cuenta la jugada del adversario; una conclusión que resulta desazonadora porque pone en entredicho toda cooperación.

     Las decisiones del conflicto anterior resaltan la diferencia entre lo mejor desde el punto de vista individual y lo mejor desde el punto de vista colectivo. Cabe imaginar un experimento en el cual jugadores programados con estrategias fijas contiendan muchas veces entre sí. En contraste con el caso único donde gana siempre el defraudador, en la versión repetida ninguna de las estrategias constituye una respuesta óptima frente a todo posible oponente. Robert Axelrod diseñó un torneo entre varias estrategias y comprobó que la victoria final fue para la más sencilla: la estrategia del toma y daca (análoga al bíblico ojo por ojo). Comienza cooperando y después repite la jugada del contrincante. Esta estrategia no irá de primera en ninguna fase del juego, pero muchas veces logra persuadir a sus oponentes de que la cooperación es rentable, y al final resulta ganadora. De este experimento concluimos que la aparición y persistencia del comportamiento cooperativo entre los seres vivos es verosímil, siempre y cuando los participantes se encuentren repetidas veces, se reconozcan y recuerden los resultados de pasadas interacciones.

     Conclusión: a lo largo de la historia de la vida la cooperación resultó tan esencial como la competencia. Congratulémonos.

2 comentarios:

noon dijo...

Estimado Epi
Una vez más volvemos a encontrarnos con lo diferente que resulta la vida en pequeñas comunidades o en grandes urbes.
Como bien dices "el comportamiento cooperativo es verosímil, siempre y cuando los participantes se encuentren repetidas veces, se reconozcan y recuerden los resultados de de pasadas interacciones".
Alguien que, en una aldea o pequeño pueblo, no ayude a un vecino, será visto como un ser despreciable por los demás y, posiblemente, le paguen con la misma moneda.
La misma situación en una gran ciudad, apenas tendrá consecuencias para quien se niegue a ayudar a un conciudadano.
Hace poco tiempo, e una escala evolutiva, que dejamos la tribu y necesitamos de mucho más para aprender a convivir en las ciudades.
Saludos.

C. Armesto dijo...

Estimado amigo

Estoy de acuerdo contigo. Nuestra conducta, nuestra anatomía y nuestra fisiología están seleccionadas por la naturaleza para vivir en ambientes distintos a los que nos movemos en la actualidad. Espero que nuestra inteligencia –también producto de la selección natural- nos permita acomodarnos y salir victoriosos del lance; después de todo inteligencia también significa capacidad de amoldamiento a circunstancias cambiantes.

Saludos

Epi