sábado, 3 de diciembre de 2011

Clones

Por desgracia, los científicos emplean el término clonar -que significa hacer copias- con dos sentidos: uno indica la producción de duplicados de un trozo de ADN, que se ha insertado en una bacteria, el otro atañe a la producción de copias de animales completos, como la oveja Dolly o los gemelos idénticos. Aclaro, para evitar que se confunda el lector perplejo, que sólo me voy a referir al primero de ellos.

Durante el siglo XX los biólogos se limitaron a observar las células, igual que un naturalista contempla la sabana: aquí una leona devora a una cebra, ahí un cocodrilo mata a un ñu, allá una jirafa ramonea o un hipopótamo pasta; hasta que creyeron conocer lo suficiente de la maquinaria de la vida como para intervenir y manipular los seres vivos a su voluntad. En 1972, Herb Boyer y Stanley Cohen introdujeron información genética humana en el interior de una bacteria para que ésta fabricara proteínas humanas: habían hecho el primer experimento de ingeniería genética. La tecnología del ADN recombinante había proporcionado, por primera vez, moléculas de ADN que no existían en la naturaleza. La evolución por selección natural dejaba paso al diseño inteligente de seres vivos.

¿Cómo opera la ingeniería genética? Fijémonos en el mecanismo de producción de la insulina que necesitan los diabéticos. Se toma ADN humano procedente de las células de un páncreas sano, que contenga las instrucciones para que se fabrique la insulina; inmediatamente se trocea hasta que quede el pedazo que interesa clonar. Después se inserta el fragmento de ADN en un plásmido (una pequeña molécula de ADN, que vive en el interior de las bacterias y tiene capacidad para autorreplicarse). A continuación, se introduce el plásmido en la bacteria que se usará como factoría;  dentro de ella, el ADN recombinante, recién implantado, ordenará la fabricación de la insulina humana. Se procede, finalmente, al cultivo de las bacterias para multiplicar la producción de insulina; se recoge y ya está: lista para inyectar a los diabéticos. Mediante ingeniería genética se ha obtenido una proteína exactamente igual a las que fabrica nuestro organismo.

A la insulina humana, la primera proteína recombinante que se comercializó, le han seguido otras: el interferón, que se usa para el tratamiento de la esclerosis múltiple, o la hormona de crecimiento, útil para la terapia del enanismo; y estos productos no son más que el comienzo.

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