Por
desgracia, los científicos emplean el término clonar -que significa hacer
copias- con dos sentidos: uno indica la producción de duplicados de un trozo de
ADN, que se ha insertado en una bacteria, el otro atañe a la producción de copias
de animales completos, como la oveja Dolly o los gemelos idénticos. Aclaro,
para evitar que se confunda el lector perplejo, que sólo me voy a referir al
primero de ellos.
Durante
el siglo XX los biólogos se limitaron a observar las células, igual que un
naturalista contempla la sabana: aquí una leona devora a una cebra, ahí un
cocodrilo mata a un ñu, allá una jirafa ramonea o un hipopótamo pasta; hasta
que creyeron conocer lo suficiente de la maquinaria de la vida como para intervenir
y manipular los seres vivos a su voluntad. En 1972, Herb Boyer y Stanley Cohen
introdujeron información genética humana en el interior de una bacteria para
que ésta fabricara proteínas humanas: habían hecho el primer experimento de
ingeniería genética. La tecnología del ADN recombinante había proporcionado,
por primera vez, moléculas de ADN que no existían en la naturaleza. La
evolución por selección natural dejaba paso al diseño inteligente de seres
vivos.
¿Cómo
opera la ingeniería genética? Fijémonos en el mecanismo de producción de la insulina
que necesitan los diabéticos. Se toma ADN humano procedente de las células de un
páncreas sano, que contenga las instrucciones para que se fabrique la insulina;
inmediatamente se trocea hasta que quede el pedazo que interesa clonar. Después
se inserta el fragmento de ADN en un plásmido (una pequeña molécula de ADN, que
vive en el interior de las bacterias y tiene capacidad para autorreplicarse). A
continuación, se introduce el plásmido en la bacteria que se usará como factoría;
dentro de ella, el ADN recombinante, recién
implantado, ordenará la fabricación de la insulina humana. Se procede, finalmente,
al cultivo de las bacterias para multiplicar la producción de insulina; se
recoge y ya está: lista para inyectar a los diabéticos. Mediante ingeniería
genética se ha obtenido una proteína exactamente igual a las que fabrica
nuestro organismo.
A
la insulina humana, la primera proteína recombinante que se comercializó, le
han seguido otras: el interferón, que se usa para el tratamiento de la
esclerosis múltiple, o la hormona de crecimiento, útil para la terapia del
enanismo; y estos productos no son más que el comienzo.
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