sábado, 24 de diciembre de 2011

¿Es caro el LHC?

     Ningún economista sensato negará la necesidad de invertir en ciencia, ni dudará de que los recursos financieros dedicados a ella deben ser limitados; se deduce que todos los proyectos científicos no pueden hacerse: deben asignarse prioridades. Y éste es el quid de la cuestión. En los albores del siglo XXI los gestores del dinero público deben identificar los grandes problemas a las que se enfrenta la humanidad para asignarles recursos (sin que ello signifique prohibir que el investigador aislado indague lo que su libre albedrío estime conveniente).

     En 2010, el físico mexicano Gerardo Herrera comparó el coste (entre paréntesis, miles de millones de dólares) del gran colisionador de hadrones con otros proyectos científicos más caros: el Programa Apolo (135), la Estación Espacial Internacional (100), el Proyecto Manhattan (25), el Sistema de Posicionamiento Global –GPS- (14), el Reactor Termonuclear Experimental Internacional –ITER- (14), el Telescopio Espacial Hubble (6), el Gran Colisionador de Hadrones –LHC- (6) y el proyecto Genoma Humano (3).

     Hagamos la misma comparación con proyectos más baratos. Casi todos los conocimientos del espacio exterior al sistema solar se han adquirido detectando las radiaciones electromagnéticas, pero también nos llegan otras señales: el mayor observatorio de neutrinos -IceCube-, en la Antártida, costará doscientos setenta y nueve millones de dólares; el LIGO, detector de ondas gravitatorias, trescientos sesenta y cinco millones de dólares. Los detectores de rayos cósmicos son más interesantes si cabe, porque no sólo nos proporcionan información del cosmos, sino también nos permiten observar choques cuya energía es muy superior a la conseguida en el LHC: el Observatorio Auger de rayos cósmicos ultra-energéticos ha costado cincuenta y ocho millones de dólares; treinta y tres millones de dólares era el coste programado del detector de rayos cósmicos (AMS-2), instalado en la Estación Espacial Internacional, aunque, por circunstancias adversas, se convirtió en mil quinientos millones.

     Cierto que los físicos contribuyeron a la victoria de las democracias en la segunda guerra mundial con sus inventos -bomba atómica incluida-, pero ¿abusan del merecido prestigio ganado para obtener desmesurados recursos? En estos momentos, buscan financiación para construir otra máquina, el colisionador lineal internacional –ILC- de electrones, cuyo coste estimado en 2007 supera los cuatro mil millones de euros.

     Ahora pregunto al lector escéptico, ¿los colisionadores tienen prioridad, en el gasto de tanto dinero, sobre la erradicación de las enfermedades tropicales infecciosas, o la cartografía de los circuitos neuronales del cerebro, o la exploración del sistema solar, o la gestión sostenible del planeta, o…?

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