sábado, 13 de febrero de 2010

Transformaciones del nitrógeno


Probablemente el profano que pretenda leer “La tabla periódica” -Primo Levi es su autor- pronosticará que se trata de un texto de química, y se equivocará en su apreciación porque el libro no trata de ciencia, sino del trabajo de un químico, un noble oficio -como el del alfarero, el cocinero y el herrero-, cuyo fin consiste en manipular y transformar la materia.
Cualquier artesano que trabaje con amor descubre, en la ejecución de su arte, que la materia no es noble ni vil, sino que presenta infinitas posibilidades de transformación, no importa en absoluto cual sea su más reciente origen. Y ese descubrimiento no sólo lo vuelve más diestro en su profesión, sino también lo hace más sabio y lo acerca a la comprensión de la naturaleza humana. El oficio de químico, en concreto, nos enseña a ignorar ciertas repugnancias; la materia que hoy es estiércol mañana formará parte de una rosa, ayer constituía una manzana, un día de estos quizá forme parte de ti, de tu mano o de tu cerebro, reflexivo lector. Voy a fijarme en un átomo, uno de nitrógeno, por ejemplo. El nitrógeno (que el industrioso lector también hallará en los fertilizantes y en los explosivos) pasa del aire a formar parte de las plantas, de éstas a constituir el cuerpo de los animales, de ellos a nosotros; quienes lo eliminamos cuando finaliza la función que desempeña en nuestro organismo. Los mamíferos, o sea nosotros, que no tenemos problemas de abastecimiento de agua hemos aprendido a embalarlo en la molécula de urea, que es soluble en agua y como urea nos libramos de él en la orina. Otros animales, y ahí están las gallinas o las serpientes para confirmarlo, para los que el agua es preciosa -o lo era para sus progenitores ancestrales-, han puesto en práctica la ingeniosa invención de empaquetar su nitrógeno como ácido úrico, insoluble en agua, y de eliminarlo en estado sólido sin necesidad de recurrir al agua como vehículo. En cualquier caso, antes de retornar a la atmósfera, aun podemos encontrar este ubicuo átomo en las bacterias y hongos que descomponen los residuos del suelo. Pero ¡ojo! a lo largo de todas las transformaciones, unas veces en un hermoso cisne y otras en un feo gusano, sigue siendo el mismo aséptico e inocente nitrógeno.

4 comentarios:

C. Armesto dijo...

Estimado amigo

Todos los animales tienen que expulsar el nitrógeno que han ingerido en las proteínas y, aunque la regla general es que los animales acuáticos excreten amoniaco y los terrestres urea o ácido úrico, existen varias maneras de deshacerse del nitrógeno: los peces cuyo esqueleto es cartilaginoso (tiburones y rayas), los anfibios, algunos reptiles (tortugas) y los mamíferos expulsan urea; los peces que tienen espinas y los cefalópodos (pulpos y calamares), amoniaco; las aves, insectos y reptiles, excretan ácido úrico; las arañas y ácaros, guanina.

C. Armesto dijo...

Estimado amigo

Los nutrientes primarios del suelo son el nitrógeno, fósforo y potasio, cuyos símbolos químicos respectivos son N, P, K; por eso, se denomina abonos NPK a los abonos que contienen los tres nutrientes mencionados.

Sí, la eutrofización de algunos lagos se debe a un exceso de fosfatos y la eutrofización de mares a un exceso de nitratos.

Saludos de Epi

C. Armesto dijo...

Estimado amigo

Únicamente las bacterias convierten el nitrógeno del aire en nitrógeno asimilable por los seres vivos. En concreto, tres grupos de bacterias: bacterias de vida libre como Azotobacter, Klebsiella y Rhodospirillum; bacterias Rhizobium simbióticas de algunas plantas (leguminosas como garbanzos y guisantes); y cianobacterias componentes del plancton marino.

Saludos cordiales

C. Armesto dijo...

Estimado amigo

A principio del siglo XX los humanos inventamos la manera de convertir el nitrógeno molecular de la atmósfera en nitrógeno asimilable por las plantas (reacción de Haber); lo echamos en el suelo como abono.
Merece la pena recordar que los humanos ya convertimos en nitrógeno asimilable el doble del nitrógeno atmosférico que los procesos naturales.

Saludos cordiales