Probablemente
el profano que pretenda leer “La tabla periódica” -Primo Levi es su autor-
pronosticará que se trata de un texto de química, y se equivocará en su
apreciación porque el libro no trata de ciencia, sino del trabajo de un
químico, un noble oficio -como el del alfarero, el cocinero y el herrero-, cuyo
fin consiste en manipular y transformar la materia.
Cualquier
artesano que trabaje con amor descubre, en la ejecución de su arte, que la
materia no es noble ni vil, sino que presenta infinitas posibilidades de
transformación, no importa en absoluto cual sea su más reciente origen. Y ese
descubrimiento no sólo lo vuelve más diestro en su profesión, sino también lo
hace más sabio y lo acerca a la comprensión de la naturaleza humana. El oficio
de químico, en concreto, nos enseña a ignorar ciertas repugnancias; la materia
que hoy es estiércol mañana formará parte de una rosa, ayer constituía una
manzana, un día de estos quizá forme parte de ti, de tu mano o de tu cerebro, reflexivo
lector. Voy a fijarme en un átomo, uno de nitrógeno, por ejemplo. El nitrógeno
(que el industrioso lector también hallará en los fertilizantes y en los
explosivos) pasa del aire a formar parte de las plantas, de éstas a constituir
el cuerpo de los animales, de ellos a nosotros; quienes lo eliminamos cuando
finaliza la función que desempeña en nuestro organismo. Los mamíferos, o sea
nosotros, que no tenemos problemas de abastecimiento de agua hemos aprendido a
embalarlo en la molécula de urea, que es soluble en agua y como urea nos
libramos de él en la orina. Otros animales, y ahí están las gallinas o las
serpientes para confirmarlo, para los que el agua es preciosa -o lo era para
sus progenitores ancestrales-, han puesto en práctica la ingeniosa invención de
empaquetar su nitrógeno como ácido úrico, insoluble en agua, y de eliminarlo en
estado sólido sin necesidad de recurrir al agua como vehículo. En cualquier
caso, antes de retornar a la atmósfera, aun podemos encontrar este ubicuo átomo
en las bacterias y hongos que descomponen los residuos del suelo. Pero ¡ojo! a
lo largo de todas las transformaciones, unas veces en un hermoso cisne y otras
en un feo gusano, sigue siendo el mismo aséptico e inocente nitrógeno.
4 comentarios:
Estimado amigo
Todos los animales tienen que expulsar el nitrógeno que han ingerido en las proteínas y, aunque la regla general es que los animales acuáticos excreten amoniaco y los terrestres urea o ácido úrico, existen varias maneras de deshacerse del nitrógeno: los peces cuyo esqueleto es cartilaginoso (tiburones y rayas), los anfibios, algunos reptiles (tortugas) y los mamíferos expulsan urea; los peces que tienen espinas y los cefalópodos (pulpos y calamares), amoniaco; las aves, insectos y reptiles, excretan ácido úrico; las arañas y ácaros, guanina.
Estimado amigo
Los nutrientes primarios del suelo son el nitrógeno, fósforo y potasio, cuyos símbolos químicos respectivos son N, P, K; por eso, se denomina abonos NPK a los abonos que contienen los tres nutrientes mencionados.
Sí, la eutrofización de algunos lagos se debe a un exceso de fosfatos y la eutrofización de mares a un exceso de nitratos.
Saludos de Epi
Estimado amigo
Únicamente las bacterias convierten el nitrógeno del aire en nitrógeno asimilable por los seres vivos. En concreto, tres grupos de bacterias: bacterias de vida libre como Azotobacter, Klebsiella y Rhodospirillum; bacterias Rhizobium simbióticas de algunas plantas (leguminosas como garbanzos y guisantes); y cianobacterias componentes del plancton marino.
Saludos cordiales
Estimado amigo
A principio del siglo XX los humanos inventamos la manera de convertir el nitrógeno molecular de la atmósfera en nitrógeno asimilable por las plantas (reacción de Haber); lo echamos en el suelo como abono.
Merece la pena recordar que los humanos ya convertimos en nitrógeno asimilable el doble del nitrógeno atmosférico que los procesos naturales.
Saludos cordiales
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