Todas las células del cuerpo requieren captar moléculas de oxígeno y eliminar moléculas de dióxido de carbono; para eso respiramos aire, una mezcla de gases que contiene un veintiuno por ciento de oxígeno. Se trata de moléculas indispensables para la vida; pero ¡atención! porque tanto su exceso como su defecto resultan fatales. Mediado el siglo XX nadie ponía en duda los beneficios del oxígeno; admirábamos su sistema de transporte, las arterias y venas que llevan la sangre con la hemoglobina portadora de oxígeno desde los pulmones a todas las células del cuerpo; sabíamos que el oxígeno oxida a la glucosa y a los ácidos grasos para obtener energía. Resultaba impensable que pudiera ser tóxico; sin embargo, hemos comprobado que la oxidación también genera una gran cantidad de radicales libres dañinos: varias decenas de trillones diarios.
Para el buen funcionamiento del cuerpo se requiere una presión parcial de oxígeno de veintiuna centésimas de atmósfera -la habitual en la atmósfera-, cantidad que puede oscilar un poco hacia arriba o hacia abajo. Por debajo del límite inferior (hipoxia) se pierde la consciencia, se entra en coma y muere; por encima del límite superior (hiperoxia) el oxígeno se vuelve tóxico. La intoxicación por el oxígeno se debe a su inhalación excesiva en los pulmones debido a una exposición prolongada, tanto al gas oxígeno puro a la presión atmosférica, como al aire a presiones superiores a la presión atmosférica habitual (hiperbárico).
La oxigenación suplementaria se usa en el tratamiento de la hipoxia asociada con algunas enfermedades; por lo que se debe prevenir el daño involuntario que causa; porque el exceso de oxígeno irrita los alveolos pulmonares, acumula en ellos leucocitos generadores de gran cantidad de radicales libres de oxígeno, radicales que sobrepasan la capacidad de las defensas antioxidantes protectoras (estrés oxidativo); sucede entonces que los radicales reaccionan con los lípidos, proteínas y ácidos nucleicos de las células y tejidos pulmonares impidiendo así su buen funcionamiento.
Los síntomas de la toxicidad del oxígeno no sólo se perciben en los pulmones -tos, dificultad respiratoria, dolor torácico, edema y fibrosis posterior- también se aprecian en otros órganos y sistemas: vértigo, náuseas, torpeza, convulsiones, pérdida de conocimiento, pérdida de visión y hemolisis de hematíes; no son menos peligrosos los efectos a largo plazo pues aumenta el riesgo de padecer cáncer debido a las mutaciones que provocan los radicales libres.
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