Los químicos conocen la toxicidad del gas sulfuro de hidrógeno: un riesgo mortal para quienes trabajan en los pozos de petróleo y gas natural o en los oleoductos y refinerías. La respiración de cantidades minúsculas (ochocientos ppm) durante cinco minutos del pestilente gas resulta mortal y es tan peligroso como el cianuro de hidrógeno de las cámaras de gas o el monóxido de carbono, el asesino silencioso que actúa en las habitaciones cerradas cuya chimenea tiene el tiro defectuoso. Afortunadamente detectamos cantidades mínimas: cinco milésimas de un ppm nos huelen a huevos podridos.
Hace doscientos cincuenta millones de años ocurrió la más devastadora extinción de la biosfera desde que existe el reino animal. El dióxido de carbono emitido por las abundantes erupciones volcánicas desencadenó una reacción en cadena que redujo la concentración de oxígeno en la atmósfera y, posteriormente, en los océanos; escasez que aprovecharon las sulfobacterias para medrar y producir inmensas cantidades de sulfuro de hidrógeno que, de los océnos, pasó a la atmósfera, donde envenenó y mató a casi toda la fauna continental.
Los escasos animales que sobrevivieron al gas tóxico debieron ser quienes lo toleraron o pudieron aprovecharse de él. Nosotros descendemos de los supervivientes, por lo que no debe sorprendernos que nuestro cuerpo utilice tan potente veneno como molécula señalizadora; además, no es el único gas tóxico que funciona como señalizador: los bioquímicos han descubierto que también lo son el monóxido de carbono y el óxido de nitrógeno. Los vasos sanguíneos y el sistema nervioso sintetizan sulfuro de hidrógeno; a aquéllos los dilata y, por tanto, reduce la tensión arterial protegiendo al corazón; en éste, entre otros efectos, estimula la síntesis del glutatión, antioxidante que protege a las neuronas del estrés oxidativo. El sulfuro de hidrógeno también relaja el músculo liso de los pulmones e intestino, aumentando el diámetro de las vías tanto de intercambio de gases con el exterior como de evacuación de residuos sólidos. Sabemos que en los mamíferos pequeños, no en los grandes, el sulfuro de hidrógeno ralentiza el metabolismo de una manera extrema. Y un curioso dato más, un gusano puede vivir un setenta por ciento más en una atmósfera con una baja concentración del venenoso gas. ¡Que no está nada mal! Acabo con una intrigante pregunta ¿se deberán algunas propiedades terapéuticas de los ajos a que una enzima nuestra transforma las moléculas azufradas de los ajos en sulfuro de hidrógeno?
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