“…digo que de suyo [el pedo] es cosa alegre, pues donde quiera que se suelta anda la risa y la chacota” asegura Francisco de Quevedo en “Gracias y desgracias del ojo del culo”. El humilde escritor aunque no comparte la jocosa apreciación del ilustre prócer sí tiene la suficiente curiosidad como para averiguar la composición química de los gases que los humanos expulsamos por el ano, gases que, acompañados de un desagradable olor y ruido característico, llamamos flatulencia, flato o más vulgarmente pedo. Tanto el presidente del gobierno más poderoso, o el millonario más pudiente o el más bello actor como el más humilde, pobre y feo desheredado ser humano liberan, por término medio, entre medio litro y un litro y medio de gases cada día, repartidos entre una y dos docenas de episodios.
Los principales constituyentes de las flatulencias son gases inodoros: el nitrógeno (presente entre el setenta y el noventa por ciento de los flatos), y no el metano como es opinión común, es el componente principal; el hidrógeno (presente entre el cero y el cincuenta por ciento) le sigue en abundancia; el dióxido de carbono (entre el diez y el treinta), el metano (entre el cero y el diez) y el oxígeno (entre el cero y el diez por ciento) acaban el listado. El metano y el hidrógeno son inflamables, por lo que algunas flatulencias pueden encenderse y producir fuego. ¿El mal olor? Proviene de componentes muy minoritarios, sobre todo del sulfuro de hidrógeno (que huele a huevos podridos). No me olvido de las minúsculas cantidades de aerosoles, formados por partículas de excrementos, que también contienen los flatos.
Algunos de los gases expulsados -nitrógeno y oxígeno- se ingieren, otros -hidrógeno y metano- son producidos por las bacterias que viven en nuestro aparato digestivo, y alguno hay -el dióxido de carbono- que proviene de ambas fuentes. Ello es así porque durante la digestión producimos gases: algunos carbohidratos atraviesan el estómago e intestino delgado prácticamente sin modificarse, pero cuando alcanzan el intestino grueso, sirven de alimento a bacterias que dejan como residuo una abundante cantidad de gas. Se trata de carbohidratos fermentables, como los fructanos (la inulina, que se añade a frecuentemente a alimentos y bebidas, es unos de ellos) y galactanos, polímeros ambos, de fructosa y galactosa respectivamente, presentes en muchos vegetales, que no son digeridos por las enzimas del aparato digestivo; pero sí son fermentados por nuestras bacterias intestinales.
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