Hace poco tiempo, en un restaurante chino, degusté, en un almuerzo, una sabrosa sopa que contenía un hongo negro, el Auricularia polytricha, nutritiva vianda muy apreciada por la cocina oriental. El hongo negro, además de alimento, es usado en la medicina tradicional china a causa de sus propiedades terapéuticas: porque no sólo tiene actividad antioxidante, debido a un polisacárido formado por los azúcares arabinosa, manosa, glucosa y galactosa, y actividad antimutagénica, que le proporciona otro polisacárido compuesto por moléculas de glucosa; también contiene una proteína que estimula el sistema inmune. No es menos importante que el extracto de estos hongos negros ejerza un efecto antiinflamatorio sobre las células cerebrales de la microglia, compañeras de las neuronas, una acción que nos protege de las temibles enfermedades neurodegenerativas. En resumen, que sus propiedades terapéuticas no desmerecen sus características organolépticas.
El hongo negro chino tiene un pariente comestible que ni es negro ni chino, sino europeo y de color parduzco, el Auricularia auricula-judae. Este hongo, conocido como oreja de Judas, contiene un polisacárido con actividad anticoagulante; tal polisacárido, cuyos componentes son los azúcares manosa, glucosa, xilosa y ácido glucurónico, interviene en el mecanismo de coagulación de la sangre; si se alimentan ratas con el mencionado polisacárido se comprobará que las plaquetas sanguíneas no se agregan, una acción semejante a la que se observa si se utilizan los habituales fármacos anticoagulantes, la warfarina (el desgraciadamente popular -para algunos- sintrom), la heparina o la aspirina. Porque la aspirina, como los otros dos medicamentos, se usa para evitar que la sangre coagule y que los coágulos taponen las arterias que llevan el rojo fluido esencial al corazón, al cerebro o a otro órgano; en consecuencia, se consigue que disminuya el riesgo de muerte. Tal uso de la aspirina observé yo en el hospital donde habían ingresado a un amigo afectado por un infarto del corazón. Estoy seguro que el erudito lector ya conoce las causas de un infarto: la privación de sangre a un órgano, por obstrucción de la arteria que lo riega. Sabía que el ácido acetilsalicílico -nombre técnico de la aspirina- es un buen analgésico, un notable antitérmico y un relevante antiinflamatorio, cuyo uso se remonta a los sumerios, egipcios y chinos que vivieron hace milenios; pero ignoraba su efecto como anticoagulante, acción que va a servir para el tratamiento de mi maltrecho amigo.
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