En la atmósfera terrestre contemporánea el oxígeno ocupa el veintiuno por ciento del volumen; porcentaje que ha oscilado entre el diez y el treinta y cinco por ciento durante los últimos quinientos cuarenta y un millones años que abarca la Tierra moderna. Aunque no tan crítico para el clima del planeta como el dióxido de carbono, el oxígeno desempeña un papel, pues su concentración en la atmósfera ha subido y bajado repetidamente a lo largo de la historia terrestre, variaciones que -recientemente averiguamos- alteraron el clima. La sustracción de oxígeno adelgaza la atmósfera (disminuye su densidad), aumentando la intensidad de la luz solar que llega a la superficie terrestre sin ser dispersada; más luz significa más evaporación, lo que conduce a mayor humedad y aumento de las precipitaciones: en consecuencia, la temperatura aumenta porque el vapor de agua es un potente gas de efecto invernadero. La adición de oxígeno a la atmósfera tiene el efecto opuesto: mayor densidad atmosférica, más dispersión de luz solar entrante, reducción de la evaporación superficial, menos calor atrapado por el vapor de agua y menor temperatura.
Una vez llegado a este punto tal vez nos preguntamos ¿de dónde procede el oxígeno? Porque en la atmósfera de la Tierra arcaica no había oxígeno, sino dióxido de carbono. Hace dos mil seiscientos millones de años aparecieron en la Tierra unas rocas rojas cuyo color se debía a los hematites, minerales formados por óxidos de hierro; esto significa que la atmósfera había comenzado a cambiar; porque se necesita oxígeno para formar esos óxidos. Y los agentes transformadores fueron las bacterias fotosintéticas, que consumían dióxido de carbono y dejaban oxígeno como desecho. Al principio el oxígeno desaparecía rápidamente convertido en óxidos, de hierro principalmente. Cuando no hubo metales que oxidar el oxígeno se acumuló en el mar y después pasó a la atmósfera; y la limpió, dejando los cielos azules; si bien todavía era insuficiente para construir la protectora capa de ozono. La acumulación del oxígeno en la atmósfera desencadenó una crisis biológica global en la que desapareció la mayoría de la vida existente; tanto fue así que algunos supervivientes, incapaces de apartarse, se refugiaron en ambientes marginales: y allí continúan todavía. Otras bacterias se adaptaron y usaron el oxígeno para oxidar moléculas orgánicas capaces de almacenar gran cantidad de energía; energía que les permitió convertirse en células más complejas y, más tarde, en organismos pluricelulares, uno de ellos Homo sapiens.
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