sábado, 30 de septiembre de 2023

Luz


“Los ojos de los seres vivos proyectan rayos de fuego sutil, y la visión se produce por el encuentro de ese fuego interior con la luz exterior.” Homero estaba equivocado, los ojos no emiten, más bien reciben luz, que los científicos aseguran estar formada por unos corpúsculos inmateriales que llaman fotones.
No se requiere materia alguna para que la luz pase de un cuerpo a otro: la luz se transmite como ondas; sí se necesitan los átomos para que emitan o detecten la luz; como los que forman la lava de un volcán o la retina de los ojos. ¿Cómo se las apañan los átomos para generar o detectar los fotones? Los átomos contienen electrones que -imaginamos- se sitúan en varios pisos, cada uno a distinta distancia del núcleo atómico, y cuanto más bajo está el piso menos energía contiene. ¿Cómo se emite la luz? Cuando un electrón de un átomo salta de un nivel superior a uno inferior emite un fotón; averiguamos la energía del fotón, o sea su color, si conocemos la diferencia de energía que existe entre los niveles -los pisos- en los que estaba el electrón saltarín. ¿Cómo se absorbe, se destruye o se detecta la luz? Mediante el proceso inverso a la emisión, cuando, como resultado del choque de un fotón con un electrón de un átomo, se proyecta el electrón de un piso inferior a uno superior y desaparece el fotón.
Al calentar un gas o al pasar por él una corriente eléctrica logramos proporcionar energía a los electrones de los átomos gaseosos, para que cambien de nivel y emitan luz coloreada: amarilla, el sodio; roja, el neón; o violeta, azul y verde, el mercurio; también los rayos y algunos láseres deben su color al mismo mecanismo. La luz que emiten los sólidos y líquidos es diferente a la de los gases, porque mientras que éstos suelen emitir luz de un único color, aquéllos emiten una mezcla de todos los colores; y la radiación emitida es independiente de la composición de la materia pues sólo depende de su temperatura; de tal manera que al calentar un cuerpo -un hierro quizá- su color cambia: de negro a rojo, amarillo, blanco y finalmente azul; por cierto, la misma luz que habitualmente vemos en las estrellas con un buen telescopio. La radiación solar, la luz del fuego y la radiación del filamento metálico de una lámpara incandescente obedecen a este fenómeno. 

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