Aunque treinta y siete billones de células, aproximadamente, constituyen el cuerpo de uno de nosotros; la mayoría de ellas son idénticas, pues sólo tenemos capacidad para fabricar unos pocos centenares de células distintas: desde las neuronas del cerebro o los miocitos musculares a los hepatocitos del hígado o los adiopocitos del tejido graso. Unas -los glóbulos rojos- abundan, otras -las células musculares- escasean, pero todas cumplen una función determinada. Me voy a fijar en una variedad de ellas que pertenece al sistema inmunitario: los mastocitos -o células cebadas-, por su relación con las alergias, la anafilaxia, la inflamación, la artritis, la aterosclerosis y el cáncer; no es menos importante que también participen en la defensa inmunitaria contra las lombrices intestinales o cualquier otra infección por gusanos helmintos parásitos.
Consideremos su modo de actuación en un caso concreto: cuando se produce una respuesta alérgica; el alérgeno externo que ha llegado al cuerpo estimula la liberación de anticuerpos; éstos se unen a unas moléculas receptoras presentes en la superficie de los mastocitos; cuando todos los receptores están ocupados por una inmunoglobulina (la E concretamente), la cual se ha unido a los antígenos, se produce un entrecruzamiento de los receptores; este entrecruzamiento constituye el estímulo para que la célula cebada libere de golpe todo su contenido y provoque el temido choque anafiláctico. Como ya ha adivinado el docto lector para ejecutar tantas y tan variadas acciones los mastocitos sintetizan y almacenan una amplia variedad de sustancias; sólo mencionamos tres: la heparina, agente anticoagulante que cumple una función esencial en la curación de las heridas; varias citocinas, que regulan las respuestas inmunitaria e inflamatoria; y la histamina, molécula que interviene en las reacciones de inflamación, dilata los vasos sanguíneos y aumenta su permeabilidad.
No hay células cebadas en la sangre de un individuo sano; sí circulan, en cambio, sus leucocitos precursores que maduran en los tejidos; por ello las células cebadas se encuentran de todo el cuerpo, concretamente, en la piel, en las mucosas del aparato digestivo, en las mucosas de las vías aéreas y cerca de los vasos sanguíneos y linfáticos. Una misma célula, de la médula ósea, es progenitora tanto de los mastocitos como de los basófilos -una variedad de glóbulos blancos de la sangre-; si tal célula progenitora fabrica una proteína -enunciado de forma técnica, expresa cierto factor de transcripción- se convierte en mastocito, si no lo hace queda predestinada a basófilo.
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