Al curioso escritor, que quiere comprender los fenómenos ópticos, le maravilla el funcionamiento de un ojo humano. El cristalino, la lente que contiene cada ojo, proyecta la imagen de los objetos del mundo externo sobre la retina; lo hace mediante unos pequeños músculos, que modifican la curvatura del cristalino, con ella alteran su capacidad para desviar los rayos de luz, y permiten así la visión tanto de los objetos lejanos como de los próximos.
Unas proteínas, llamadas cristalinas, constituyen la estructura del cristalino; se trata de moléculas que forman agregados transparentes y que, desgraciadamente, se deterioran con la edad, se vuelven opacas y ocasionan las temidas cataratas causantes de ceguera. Sin llegar a ese extremo un ojo puede deteriorarse. Sin defectos visuales, la imagen de un objeto externo, después de atravesar el cristalino, queda nítidamente enfocada en la retina (que así se llama la pantalla ocular); pero un ojo miope, si bien ve con nitidez de cerca, ve borroso de lejos, porque desenfoca la imagen, proyecta la imagen delante de la retina en vez de hacerlo en ella. Aclaremos que, cuanto más lejos de la retina, más miopía tiene el ojo (el oftalmólogo nos gradúa con más dioptrías). Este defecto -la miopía- se debe a que el globo ocular es demasiado largo o bien la córnea, el cristalino, o ambos, son demasiado curvos. Impedir el alargamiento del ojo, por tanto, es tarea que debe conseguirse si se pretende detener la progresión de la miopía que amenaza a gran número de personas.
No se conoce la razón exacta por la que algunas personas se vuelven cortos de vista y otros no; pero ya se atisban algunas luces en la noche oscura de la ignorancia. Unos investigadores efectuaron un experimento para comprobar si algún efecto ambiental afectaba a la miopía. Identificaron una magnitud, la longitud axial del ojo (del frente al fondo), cuyo aumento puede relacionarse con el aumento de miopía; y la midieron durante las cuatro estaciones del año; porque la cantidad de luz diurna varía, desde dieciocho horas en verano a siete horas en invierno (la prueba se hizo en Dinamarca). Sus resultados muestran que el crecimiento medio de la longitud axial era mucho mayor en invierno que en verano (diecinueve frente a doce centésimas de milímetro). Dicho en otras palabras que la ausencia de luz alarga el ojo y, cabe pensar que acaba afectando a la miopía.
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