Los mecanismos subyacentes a nuestros sentidos han estimulado la curiosidad humana desde tiempos remotos. ¿Cómo percibimos el entorno? ¿Cómo detectamos la luz o las ondas sonoras?, ¿cómo los compuestos químicos generan el olfato o el gusto? Además de estas, recibimos otras señales. Imagínese el lúdico lector que pasea descalzo por la playa en un caluroso día de verano: sentirá el calor en la piel y la caricia de las arenas bajo los pies; incluso, si pisa una concha y se hiere, también se quejará del dolor. La capacidad para sentir el calor, el frío, el tacto o el dolor es esencial para nuestra supervivencia y adaptación al entorno cambiante. ¿Cómo se inician los impulsos nerviosos para que nuestro cerebro, o sea nosotros, perciba la temperatura, el tacto o el dolor? Dos investigadores, galardonados con el premio Nobel de medicina en el año 2021, han hecho descubrimientos fundamentales sobre estas cuestiones.
David Julius identificó el TRPV1, una molécula presente en las terminaciones de las neuronas de la piel, que responde al calor, al dolor y a moléculas como la capsaicina (del pimiento), la piperina (de la pimienta) y el tetrahidrocannabinol (del cáñamo); posteriormente se descubrieron otros receptores TRP adicionales que se activan mediante temperaturas y moléculas diferentes. Todos ellos son canales iónicos, o sea, proteínas situadas en las membranas de las neuronas que, cuando se activan, permiten el paso de iones calcio (y otros) a su través; y esta señal dispara el impulso nervioso que llega al cerebro.
Todos los organismos sufren fuerzas mecánicas de su entorno y por ello dependen de su detección para su supervivencia. Ardem Patapoutian descubrió una clase de receptores -llamados Piezo- que convierten las fuerzas mecánicas sobre la piel u órganos internos en señales eléctricas neuronales (mecanotransducción). Concretamente, la proteína Piezo2, ubicada en la membrana de neuronas sensoriales de la piel, es un canal iónico que se activa por la presión; detecta el tacto, la presión, así como la posición y el movimiento del cuerpo (conocidos como propiocepción). Los receptores Piezo, presentes en otras neuronas sensoriales, intervienen en el tono vascular, en el estiramiento de las vías respiratorias y en el control de la vejiga urinaria.
El descubrimiento de los receptores TRP y Piezo nos permite comprender cómo el calor, el frío, el tacto y la presión inician los impulsos nerviosos que nos permiten percibir el mundo que nos rodea.
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