sábado, 10 de julio de 2021

Permafrost


Osos polares vagando por la nieve, renos marchando en fila, manadas de bueyes almizcleros, no sólo fauna podemos hallar en la tundra. En áreas circumpolares de Canadá, Alaska, Siberia y Escandinavia se encuentra el permafrost, una capa del suelo permanentemente congelada bajo la tundra y la taiga que ocupa, aproximadamente, el veinte por ciento de la superficie terrestre. La capa superficial del suelo, de treinta centímetros a cuatro metros de grosor, bajo la que se halla el permafrost, usualmente se deshiela y congela; no sucede lo mismo con el resto del suelo, al que llamamos permafrost, que permanece permanentemente congelado y que, en algunas partes, penetra hasta un kilómetro y medio bajo tierra. 
A causa del calentamiento global el permafrost se está calentando rápidamente (de uno y medio a dos y medio grados en los últimos treinta años) y, en consecuencia, descongelando. Un aumento global de la temperatura de dos grados sobre los niveles preindustriales supondría la pérdida del cuarenta por ciento de la superficie de permafrost. Si el suelo se descongela lo que hay sobre él colapsa, tanto bosques como edificios; recordemos que seis décimas partes del territorio ruso, en concreto las ciudades siberianas de Norilsk, Yaktusk y Vorkuta, medio millón de habitantes en total, se asientan sobre regiones que están encima del permafrost. Y si los efectos sólo fuesen esos… Porque la descongelación también afecta al ciclo del carbono. Durante cientos de miles de años, el permafrost ha acumulado grandes reservas de carbono orgánico, normalmente restos congelados de plantas y animales (se estima que uno con cuarenta y cinco billones de toneladas), aproximadamente la mitad del carbono orgánico que se encuentra en los suelos, o el doble del existente en la atmósfera; comparémoslos con el cero coma treinta y cinco billones de toneladas de carbono que se han emitido debido a la combustión de los combustibles fósiles y a las actividades humanas en los últimos doscientos años. En resumen, el permafrost actúa como una gigantesca jaula de carbono orgánico, cuya descongelación amenaza con movilizar estas reservas y liberarlas a la atmósfera como dióxido de carbono y metano, ambos gases de efecto invernadero. Y no se trata de un fenómeno que sucederá en el futuro: en la tundra de Alaska ya detectamos que la tasa de emisión de dióxido de carbono de sus suelos ha aumentado un setenta y tres por ciento desde 1975. 
En pocas palabras, el calentamiento global afecta al Ártico de manera extrema. 

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