Entender las causas de la enfermedad y establecer las estrategias para curarla ha preocupado al ser humano a lo largo de su historia. Los humanos primitivos explicaron la enfermedad como los daños que un individuo sufre debido a la acción de personas -brujos- o de deidades: el pago de alguna clase de tributo era, entonces, el remedio. Alejados del pensamiento mítico, Hipócrates de Cos y Galeno de Pérgamo iniciaron el desarrollo de una medicina racional (aunque equivocada): el desequilibrio en los cuatro humores que contenía el cuerpo causa la enfermedad. Y llegamos a la ciencia moderna, Louis Pasteur y Robert Koch demostraron la teoría microbiana: los microorganismos son la causa de muchas enfermedades. Me pregunto entonces, ¿cómo pueden matar las diminutas bacterias a organismos tan grandes como nosotros? Fabricando venenos que expulsan al exterior: la toxina diftérica y la toxina tetánica fueron las primeras toxinas identificadas, que son sintetizadas por bacterias; pero hay más. A finales del siglo XIX, Richard Pfeiffer descubrió que incluso las bacterias muertas de Vibrio cholerae (cólera) resultaban tóxicas; como resultado de sus investigaciones el investigador postuló que la bacteria albergaba una tóxina localizada en la célula, que nombró endotoxina. Hoy sabemos que tal sustancia es, desde un punto de vista químico, un lipopolisacárido (LPS), o sea, una molécula formada por lípidos y carbohidratos que se encuentra en la membrana externa de unas bacterias clasificadas de gramnegativas; como Helicobacter pylori (causante de la úlcera), Bordetella pertussis (causante de la tosferina), Chlamydia trachomatis (causante de una infección de transmisión sexual) o Salmonella typhi (responsable de la fiebre tifoidea). Los microbiólogos también han averiguado que los LPS son moléculas de la superficie bacteriana que resultan potentes estimuladores de la respuesta inmunitaria del huésped; además, han aprendido que las bacterias controlan la estructura de los LPS, con lo cual regulan la respuesta inmunitaria del huésped para lograr la infección. El interés de todo esto es máximo porque el esclarecimiento de los mecanismos moleculares y celulares involucrados en el reconocimiento de la molécula del lipopolisacárido por parte de las células del sistema inmunitario del huésped permite a los científicos entender la respuesta inmune, la inflamación y la compleja relación del huésped con el patógeno invasor. Y aún me queda mencionar la importancia clínica de esta singular sustancia; porque hemos comprobado que las concentraciones elevadas de la endotoxina originan fiebre, aumentan la frecuencia cardíaca y pueden matar por choque séptico. ¡Nada menos!
sábado, 3 de julio de 2021
Endotoxinas
Entender las causas de la enfermedad y establecer las estrategias para curarla ha preocupado al ser humano a lo largo de su historia. Los humanos primitivos explicaron la enfermedad como los daños que un individuo sufre debido a la acción de personas -brujos- o de deidades: el pago de alguna clase de tributo era, entonces, el remedio. Alejados del pensamiento mítico, Hipócrates de Cos y Galeno de Pérgamo iniciaron el desarrollo de una medicina racional (aunque equivocada): el desequilibrio en los cuatro humores que contenía el cuerpo causa la enfermedad. Y llegamos a la ciencia moderna, Louis Pasteur y Robert Koch demostraron la teoría microbiana: los microorganismos son la causa de muchas enfermedades. Me pregunto entonces, ¿cómo pueden matar las diminutas bacterias a organismos tan grandes como nosotros? Fabricando venenos que expulsan al exterior: la toxina diftérica y la toxina tetánica fueron las primeras toxinas identificadas, que son sintetizadas por bacterias; pero hay más. A finales del siglo XIX, Richard Pfeiffer descubrió que incluso las bacterias muertas de Vibrio cholerae (cólera) resultaban tóxicas; como resultado de sus investigaciones el investigador postuló que la bacteria albergaba una tóxina localizada en la célula, que nombró endotoxina. Hoy sabemos que tal sustancia es, desde un punto de vista químico, un lipopolisacárido (LPS), o sea, una molécula formada por lípidos y carbohidratos que se encuentra en la membrana externa de unas bacterias clasificadas de gramnegativas; como Helicobacter pylori (causante de la úlcera), Bordetella pertussis (causante de la tosferina), Chlamydia trachomatis (causante de una infección de transmisión sexual) o Salmonella typhi (responsable de la fiebre tifoidea). Los microbiólogos también han averiguado que los LPS son moléculas de la superficie bacteriana que resultan potentes estimuladores de la respuesta inmunitaria del huésped; además, han aprendido que las bacterias controlan la estructura de los LPS, con lo cual regulan la respuesta inmunitaria del huésped para lograr la infección. El interés de todo esto es máximo porque el esclarecimiento de los mecanismos moleculares y celulares involucrados en el reconocimiento de la molécula del lipopolisacárido por parte de las células del sistema inmunitario del huésped permite a los científicos entender la respuesta inmune, la inflamación y la compleja relación del huésped con el patógeno invasor. Y aún me queda mencionar la importancia clínica de esta singular sustancia; porque hemos comprobado que las concentraciones elevadas de la endotoxina originan fiebre, aumentan la frecuencia cardíaca y pueden matar por choque séptico. ¡Nada menos!
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