sábado, 24 de abril de 2021

Murciélagos


Un oso paseando por las calles en Asturias, un jabalí imitándolo en Barcelona, cabras montesas en un pueblo de Albacete, delfines en la costa de Levante, hasta una foca se avistó en San Sebastián. La fauna silvestre se ha aprovechado del confinamiento de la población española, durante la primavera del 2020, para evitar el contagio de la covid-19; una pandemia que afecta a millones de personas en el mundo, y que ya ha dejado centenares de miles de muertos. Aunque inesperada para la población, los microbiólogos habían predicho la epidemia: concretamente, en 2007, Kwok Yung Yuen y sus colaboradores publicaron en “Clinical Microbiology Reviews” un artículo titulado “Severe Acute Respiratory Syndrome Coronavirus as an Agent of Emerging and Reemerging Infection” en el que alertaban del peligro de una nueva pandemia; que podría surgir por el consumo y tráfico de animales silvestres en el sur de China. No hay ambigüedad alguna en sus conclusiones: es una bomba de tiempo la presencia de un gran reservorio de virus similares al SARS-CoV en los murciélagos chinos, unido a la cultura de comer mamíferos exóticos en el sur de China; se requiere su prevención porque es posible la reaparición del SARS y otros nuevos virus de animales. 

¿Dónde está el origen del virus causante de la covid-19? En los murciélagos. Criaturas de la noche y bebedores de sangre, ¡qué horror!, ¡demonicémoslos (no importa que sólo tres de las mil cien especies se alimenten de sangre). Desdeñoso ante cualquier superstición el escritor reconoce que el temor tiene ahora justificación médica; porque además de vectores de la rabia, en los murciélagos reside el origen de algunos de los virus emergentes más mortales: el SARS, Ébola, Nipah, Hendra, Marburg y ahora el SARS-CoV-2.

Olvidándose del papel ecológico que juegan (siete de cada diez especies son insectívoras y la mayor parte del resto frugívoras), el timorato lector tal vez juzgue que los murciélagos deben sacrificarse por ser culpables de estas enfermedades emergentes. Erraría, porque la investigación muestra que el verdadero culpable no son ellos, sino nuestro comportamiento: el SARS se vincula con los mercados de animales; el Nipah se relaciona con los cerdos que invaden los hábitats de los murciélagos; quienes viven en las áreas endémicas del ébola comen los murciélagos que albergan el virus. 

Conclusión: si los murciélagos se hubiesen apartado del comercio de la vida silvestre probablemente se habría impedido la pandemia de la covid-19. ¿O no?

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