En
el entretenido libro ¿Qué es la Química?, Peter Atkins argumenta
que todas las maravillas del mundo, naturales o sintéticas, se han
formado exclusivamente mediante la formación y descomposición de
moléculas de cuatro únicas maneras. Dicho con otras palabras, que
casi todos los cambios naturales se deben a sólo cuatro clases de
reacciones químicas. Se producen intercambios de electrones cuando
se quema un combustible o se oxida una sustancia llámese metal, mineral o compuesto orgánico; también cuando se reduce un óxido o se
realiza la fotosíntesis. Los intercambios de protones, el segundo
tipo de reacción, ocurren cuando un álcali, o una droga habitual,
neutraliza a un ácido (o viceversa), ácido procedente, quizá, de
cualquier exquisita fruta. En la tercera categoría de reacciones
aparecen radicales libres, sustancias muy reactivas cuyo exceso es un
indeseado producto de nuestro metabolismo; radicales que hallamos en
abundancia en cualquier llama.
Voy
a comentar un cuarto tipo de reacciones que los expertos apellidan
ácido base de Lewis; una razón me impulsa a hacerlo: intervienen en
letales asfixias. Una molécula existe porque los átomos que la
forman están unidos, siendo los electrones el pegamento de unión.
Habitualmente, cuando se forma una nueva molécula por unión de
otras dos, el pegamento lo aportan ambas moléculas, pues bien en las
reacciones ácido base de Lewis el pegamento lo aporta una, y no las
dos moléculas. Metales como el vanadio, cromo, manganeso, hierro,
cobalto, níquel o cobre se unen con otras moléculas de esta egoísta
manera formando hermosos compuestos coloreados: como la verde
clorofila vegetal (contiene magnesio), la roja hemoglobina (contiene
hierro) o la azul hemocianina de la sangre de moluscos y artrópodos
(contiene cobre). En la respiración de los animales vertebrados
participa una reacción de este tipo: el hierro de la hemoglobina de
la sangre se une con el oxígeno. Para nuestra desgracia, el monóxido
de carbono, producido en las malas combustiones y que se acumula en
locales cerrados, tiene más apetencia por el hierro de la
hemoglobina que el oxígeno, lo desplaza, e impide así su transporte
de los pulmones a las células donde se consume: en consecuencia, el
afectado muere por asfixia. El cianuro también es un veneno mortal;
en este caso debido a su reacción ácido base de Lewis con el hierro
del citocromo c presente en las mitocondrias celulares; el bloqueo de
su funcionamiento impide la respiración celular; cuya fatal
consecuencia es, de nuevo, el fallecimiento del afectado.
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