sábado, 7 de septiembre de 2019

Condritas carbonáceas



     Apareció una estrella fugaz mientras contemplaba el cielo una fría noche de invierno; recordé entonces un párrafo escrito por Richard Feynman: “La verdad es mucho más maravillosa de lo que cualquier artista del pasado pudo imaginar. ¿Por qué los poetas del presente no escriben de ello? ¿Qué clase de hombres son los poetas que pueden hablar de Júpiter como si fuera un hombre, pero guardan silencio si es una inmensa esfera de hidrógeno y helio en rotación?”
     El Sol y sus planetas nacieron hace cuatro mil seiscientos millones de años. Los científicos, siempre curiosos, queremos saber cómo sucedió el feliz natalicio y, para averiguarlo, debemos observar los meteoritos pues en ellos -en los fragmentos rocosos llegados a la Tierra desde cometas y asteroides- están escritos los detalles de aquella lejana época. Los cometas y asteroides comparten cualidades: se formaron con los materiales sobrantes de la formación del Sistema Solar y ambos giran alrededor del Sol con trayectorias inusuales. Sin embargo, sabemos distinguir unos de otros: los asteroides se componen de metales y rocas, los cometas están hechos de hielo, polvo, roca y compuestos orgánicos; el Cinturón de Asteroides, ubicado entre las órbitas de Marte y Júpiter, contiene la mayoría de los asteroides, los cometas se localizan en los límites del Sistema Solar, ya sea en el Cinturón de Kuiper, situado más allá de la órbita de Plutón, o en la Nube de Oort, más lejana todavía; una última diferencia ataña al lugar probable de su formación: relativamente cerca al Sol los asteroides, lejos los cometas.
     La composición de los menores de estos astros (su tamaño no sobrepasa los cien kilómetros) ha permanecido intacta desde la infancia del sistema solar. Los astrónomos llaman condritas a los meteoritos procedentes de ellos; las condritas no sólo formaron los planetas rocosos, sino también es posible que hayan traido el agua y la materia orgánica a la Tierra; pues sabemos que algunas, las condritas carbonáceas, contienen un doce por ciento de agua y un cinco por ciento de carbono. En cualquier caso, en estas rocas primitivas puede estar la clave para desentrañar el origen de los compuestos orgánicos y, por tanto, de la vida en nuestro planeta.
     El sagaz lector ya ha adivinado que resulta esencial recoger material de esos astros y regresar con él a la Tierra. Japoneses y americanos ya han enviado vehículos espaciales a asteroides primitivos, esperemos que los europeos lo hagamos pronto.

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