Apareció
una estrella fugaz mientras contemplaba el cielo una fría noche de
invierno; recordé entonces un párrafo escrito por Richard Feynman:
“La verdad es mucho más maravillosa de lo que cualquier artista
del pasado pudo imaginar. ¿Por qué los poetas del presente no
escriben de ello? ¿Qué clase de hombres son los poetas que pueden
hablar de Júpiter como si fuera un hombre, pero guardan silencio si
es una inmensa esfera de hidrógeno y helio en rotación?”
El
Sol y sus planetas nacieron hace cuatro mil seiscientos millones de
años. Los científicos, siempre curiosos, queremos saber cómo
sucedió el feliz natalicio y, para averiguarlo, debemos observar los
meteoritos pues en ellos -en los fragmentos rocosos llegados a la
Tierra desde cometas y asteroides- están escritos los detalles de
aquella lejana época. Los cometas y asteroides comparten cualidades:
se formaron con los materiales sobrantes de la formación del Sistema
Solar y ambos giran alrededor del Sol con trayectorias inusuales. Sin
embargo, sabemos distinguir unos de otros: los asteroides se componen
de metales y rocas, los cometas están hechos de hielo, polvo, roca y
compuestos orgánicos; el Cinturón de Asteroides, ubicado entre las
órbitas de Marte y Júpiter, contiene la mayoría de los asteroides,
los cometas se localizan en los límites del Sistema Solar, ya sea en
el Cinturón de Kuiper, situado más allá de la órbita de Plutón,
o en la Nube de Oort, más lejana todavía; una última diferencia
ataña al lugar probable de su formación: relativamente cerca al Sol
los asteroides, lejos los cometas.
La
composición de los menores de estos astros (su tamaño no sobrepasa
los cien kilómetros) ha permanecido intacta desde la infancia del
sistema solar. Los astrónomos llaman condritas a los meteoritos
procedentes de ellos; las condritas no sólo formaron los planetas
rocosos, sino también es posible que hayan traido el agua y la
materia orgánica a la Tierra; pues sabemos que algunas, las
condritas carbonáceas, contienen un doce por ciento de agua y un
cinco por ciento de carbono. En cualquier caso, en estas rocas
primitivas puede estar la clave para desentrañar el origen de los
compuestos orgánicos y, por tanto, de la vida en nuestro planeta.
El
sagaz lector ya ha adivinado que resulta esencial recoger material de
esos astros y regresar con él a la Tierra. Japoneses y americanos ya
han enviado vehículos espaciales a asteroides primitivos, esperemos
que los europeos lo hagamos pronto.
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